jueves, abril 19, 2007

Luz primaveral

Después de una larga mañana enfrascado en la lectura de una tesis de perdiz pardilla y perdiz roja, aprendiendo métodos de censo, patrones de distribución, demografía, biometría y análisis de datos me dirijo a la facultad para recibir las clases de doctorado correspondientes a un curso de vegetación. La verdad es que no son demasiado aprovechables, pero hay que cumplir el trámite y sirven como excusa para salir de casa y caminar un ratillo aprovechando el buen tiempo.

La primavera ya ha llegado, oficialmente llegó el 21 de marzo, pero siempre digo que hasta que no pasa el domingo de Resurrección no llega de verdad. El solecito me da en la cara y me anima mientras observo como un cernícalo pelea en vuelo con un milano negro que ha invadido su territorio. LLevo tres años observándoles y nunca faltan a su cita. También me fijo en el suelo, los jardines están cubiertos de dientes de león y de margaritas, y en los lugares donde se conserva algo de la vegetación original se aprecia como los majuelos están floridos. Después de la tediosa clase, casi tres horas de aburrida charla en la que no me dicen nada nuevo, vuelvo sobre mis pasos aunque esta vez para dirigirme a casa de la niña a la que doy clases partículares.

Al cabo de una hora salgo de allí bastante cansado y decido que la vuelta a casa va a ser lenta y relajante. El firmamento está cubierto de nubecillas teñidas de azules, rosas y violetas. Está anocheciendo, pero todavía hay la suficiente luz para dar un paseíto. En los auriculares suena Norah Jones aislándome del ruido de la circulación y de la gente que camina frenética por las aceras. Al vivir en las afueras los coches se permiten el lujo de ir más rápido ya que en mi barrio hay grandes avenidas. A cambio existen numerosas zonas verdes donde no se edifica, con lo cual puedo ver el cielo sin necesidad de alejarme de casa.

Veo como el sol desciende para esconderse en el horizonte y ceder el trono de las alturas a su eterna y distante amada, la luna. Son las nueve y todavía es de día. Me acerco al río para estar más tranquilo y veo como los patos también comienzan a recogerse. Cuando llego a casa lo hago contento y reconfortado porque al final el día se ha arreglado, la naturaleza me ha obsequiado con un espectáculo maravilloso.

Para los celtas las dualidades opuestas eran muy importantes, celebraban la llegada de la primavera como el cambio de la época oscura (otoño e invierno) a la época de luz (primavera y verano). Hoy he podido comprobar como la luz primaveral es capaz de alegrar hasta el alma más triste.

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