martes, diciembre 30, 2008

Déjà vu

Hace unos años tenía ganas e trabajar de biólogo, o más bien de bichólogo, como me gusta decir a mí, así que decidí apuntarme a unas prácticas no remuneradas en un centro de recuperación cualquiera, me daba igual. Por suerte me tocó uno bastante cerca, en Luarca (Asturias), pero era un centro de especies marinas y hombre, para un chico de interior como yo aquel era un mundo un poco lejano. De todas maneras no me amedrenté y me fuí para allá dispuesto a aprender todo lo posible.

Lo bueno de CEPESMA, que así es como se llama el centro, es que trabaja con todo tipo de animales, desde tortugas hasta mamíferos marinos, pasando por los famosos calamares gigantes. Y entre ellos una parte importante del volumen de fauna que entra herida en la fundación son aves, y ese sí que es mi fuerte. No en vano, en las que encontré fisgando entre los archivos pude comprobar que, durante el desastre del Prestige, la mayoría de animales recuperados eran pájaros: araos, gaviotas, alcas, pardelas, alcatraces, paíños y cormoranes.

El trabajo se fue haciendo poco a poco muy entretenido ya que gran parte de mis labores estaban más relacionadas con la veterinaria que con la biología. Aprendí a sondar una pardela, a alimentar a un cárabo, a poner inyecciones a una tortuga... Y en esas estaba cuando una llamada me alertó de que tenía que ir a buscar a una curuxa a un pueblo cercano. Yo no sabía lo que era una curuxa pero cogí la furgoneta y me fuí rapidamente a por ella.

Al cabo de un ratito ya la tenía entre mis manos y rápidamente identifiqué aquella rapaz de tez y panza blancas, con las alas moteadas y amarillentas, era una lechuza preciosa. Aparentemente estaba bien, las alas no tenían ningún daño, ni las patas tampoco, pero parecía desorientada y a penas respondía a los estímulos. Me la llevé al centro, me recordaba a mí, un animal de interior en la costa. Allí le hice un primer tratamiento, la hidraté con suero y comprobé que estaba muy delgada, a penas tenía huesos y piel en el pecho donde debería haber una musculatura potente adptada al vuelo.

Ese mismo día le dí suero otras tres veces, pero le costaba tragar y tenía que masajearle la garganta para ayudarla con el trance. Intenté darle algo de potito por vía oral, pero aquello era imposible. La mañana siguiente, cuando fuí a verla, estaba muy débil así que la cogí entre mis manos desnudas y la acaricié, ella clavó sus ojos en mí. Intenté que bebiera algo de suero, pero ni siquiera abrió la boca, continuó mirándome y un halo vítreo pasó por sus pupilas. En ese momento murió y yo no pude hacer otra cosa que romper a llorar como un niño pequeño. Y es que pese a lo avanzado del ser humano, al milagro evolutivo que representamos, nadie está preparado para verse impotente ante tal situación, algo tan simple como salvar la vida de un animalito.

Hoy recuerdo esto que me ocurrió hace tiempo porque leyendo un artículo de mi admirado Pérez-Reverte tuve un déjà vu, una especie de paramnesia en la que me ví sumido cuando entre sus frases describía cómo, un amigo suyo llamado Jesús, recogió y cuidó a un polluelo de gorrión que encontró tirado en el suelo. Aquí os dejo el artículo por si queréis leerlo:

http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=3767&id_firma=7970

martes, diciembre 23, 2008

Turrón El Almendro

De niño me encantaba la Navidad, supongo que como a la inmensa mayoría de los niños. Era una época de alegría, de esperanza y sobre todo, de ilusión. Ilusión ante la espectativa de que a los pies del portal de Belén aparecieran los regalos que cuidadosamente había solicitado a los Magos de Oriente. También recuerdo que era miembro del coro del colegio y que siempre, algo que me ilusonaba mucho por estas fechas, era cantar villancicos en la iglesia del barrio delante de nuestros enorgullecidos padres.

Con el paso del tiempo la Navidad fue poco a poco convirtiéndose en una época que me gustaba cada vez menos. Más bien pronto que tarde me dí cuenta de que la gente se transformaba durante estas fechas, y que la hipocresía reinaba, disfrazada de amabilidad, entre las luces y los regalos. Cada año era peor, porque cada año iba abriendo más mis ojos hacia la cruda realidad dejando la inocencia guardada en el baúl de los recuerdos, junto con el coro y los villancicos.

La cosa no fue mejor con el paso a la universidad, ya que a todo lo anterior había que sumarle que tenía novia por aquel entonces, y lo que debería ser una alegría era en realidad una auténtica putada, ya que ella era asturiana. Como es normal se iba a casa a pasar las pascuas con su familia y la verdad es que se hacía duro tener tanto tiempo libre y no poder compartirlo con ella.

Ya en estos últimos años he aprendido a cogerle de nuevo el punto a la Navidad, a disfrutar de la gente que realmente me importa, los que de verdad son mi familia, además de la biológica por supuesto. De hecho el año pasado tuve unas de las mejores navidades que recuerdo porque al buen rollo con mi familia y a la presencia insustituible de mis amigos, le sumé la compañía de una mujer encantadora, y esta vez leonesa, con lo cual todo estaba a mi favor.

Este año no hay novia ni nada que se le parezca, pero hay un nuevo aliciente que nunca antes había tenido, el aliciente del regreso. Llevo desde septiembre trabajando en Aranda de Duero, y pese a las visitas esporádicas en fin de semana, la morriña por la tierra colmaba mis pensamientos durante los últimos días lectivos. Añoranza de pucheros, de cariño familiar, de cañas con los amigos y por qué no reconocerlo, añoranza de mazapanes, turrón, champán y todo lo relacionado con la Navidad.

Ahora estoy aquí, en mi tierra, en León, disfrutando de todos esos pequeños placeres navideños y me encanta. Quizá estén cambiando las tornas con respecto a estas fechas.

http://es.youtube.com/watch?v=WPoGP0M9MjQ



lunes, diciembre 15, 2008

Cartas al director

Hay momentos en la vida en los que los problemas se desvanecen, en los que todas las preocupaciones que pueden golpear tu mente simplemente deciden largarse a tomar vientos y por un ratito rozas la felicidad, o al menos, algo que se le parece.
Como os comenté en mi entrada anterior, el fin de semana pasado tuve unos cuantos de esos momentos en mi viaje a tierras sureñas. Y es que rodeado de amigos, disfrutando de los placeres culinarios mientras contemplábamos la belleza de Sevilla y de las mujeres andaluzas, mucho se tenía que torcer la cosa para que de aquel instante no surgiera algo magnífico. Pero no quedó ahí la cosa, a lo largo de esta semana he tenido otra oportunidad de disfrutar de la vida como alguien al que parece que se le va a terminar el tiempo al día siguiente.

Como sabéis trabajo de profesor de secundaria y lo hago desde el puesto de sustituto. Lo bueno es que mis alumnos no saben de mi condición eventual puesto que comencé mi labor docente con el inicio del curso. Para ellos soy su profesor de Ciencias, o al menos lo era hasta este martes. Resulta, no sé como todavía, que mis alumnos y sobre todo mis alumnas de 4º de la ESO se enteraron de que se me acababa la baja en Navidad, y que era muy posible que tras las fiestas no volviera a darles clase. Pues bien, ni cortas ni perezosas decidieron, en su bendita inocencia, escribir una carta al director con el fin de que éste hiciera lo posible para que yo continuase siendo su profesor. Los argumentos que esgrimían eran que, al parecer, yo me explico bien y me entienden, que están descubriendo nuevos alicientes en la materia y que yo era un profesor cercano capaz de mantener la disciplina cuando había que hacerlo.

No sabéis lo que disfruté cuando el director en persona me llamó a su despacho y me mostró la misiva que le habían dirigido. Algo se removió en mi interior, aquellas personitas, a las que siempre procuro tratar de tú a tú, me habían dado en toda la patata, y habían conseguido alcanzar mi alma y colmarla de alegría. Lo malo llegó cuando les expliqué que el director no podía hacer nada para que yo me quedase, que no dependía de él. Con una lágrima en los ojos y un tono que sonaba a despedida les dije que yo estaría encantado de darles clase durante todo el curso, que eran los alumnos y alumnas que todo profesor querría tener.
En ese momento mi alumna favorita (todos tenemos una, y el que diga lo contrario miente) se acercó a mí y le di las gracias personalmente, ya que fue ella la que escribió la carta (su letra es inconfundible y hermosa) Ella me dijo que no había servido para nada y yo le dije que sí, que había servido para alegrar a un profesor novato y para subirle la autoestima hasta niveles insospechados. En ese momento nos miramos, ella sonrió y no pude evitar darle un pequeño abrazo, pese a que esto está mal visto en la comunidad educativa. En ese momento pude rozar con la punta de los dedos eso que algunos llaman felicidad.

Ahora un rayo de esperanza entra por la ventana, al igual que lo hacen los rayos de este sol de invierno que se escabullen entre las nubes para colarse en mi habitación. Quizá el día 8 de enero vuelva a este instituto arandino o quizá no, pero lo que es seguro es que en mi corazón quedará grabado ese momento vivido. Y por su puesto, en mi carpeta quedará guardada como oro en paño la carta que me iluminó el alma y me elevó el espiritu.







martes, diciembre 09, 2008

Ying yang

La semana pasada tuve un accidente con el coche, la nieve acumulada en la carretera y la meteorología invernal se aliaron en mi contra. Un puente, una curva y una placa de hielo fueron el cúmulo de desastrosas casualidades que sirvieron de detonante para que las ruedas de mi coche se deslizaran sin control. Traté como pude de contravolantear para enderezar el coche, pero parecía que el destino tenía la decisión tomada desde hacía tiempo y se había encabezonado con la idea de verme estrellado contra el quitamiedos.



Durante esos segundos no ví pasar ante mis ojos mi vida, lo cual me tranquilizó en cierta medida. De alguna manera sabía que no me iba a pasar nada, al igual que supe cuando salí de Aranda que me iba a ocurrir algo malo durante el trayecto. Ya sabéis uno de esos presentimientos, una corazonada negativa que se vió corroborada por la presencia de pájaros de mal agüero como los buitres durante todo el camino. El caso es que al final el golpe fue considerable, aunque más anímico que físico, me pasé todo el fin de semana analizando segundo a segundo el viaje, sopesando el gasto que me iba a suponer el arreglo y si podría bajar a ver a mis amigos Beto y Álvaro a Andalucía. En fin a pensar en demasiadas cosas que hicieron a esos tres días entrar en el ránking de los peores de mi vida.


Al final decidí que el dinero no era lo importante y este fin de semana, aprovechando el puente de la constitución, me he ido a Arcos de la Frontera con Javi para disfrutar con mis amigos de un fin de semana alargado y la decisión no ha podido ser más acertada. Tras el palizón de viaje y sin tiempo a penas de cambiarme de ropa, nos fuimos a tomar unas copas por Arcos, copas que duraron hasta las 7 de la mañana; momento en el cual nos fuimos a acostar, no sin antes recordar la frase de la noche "Ettthhamo en temporada de flow"


El sábado comimos de tapeo por el pueblo y me enamoré de su casco antiguo. Visitamos la ventana del coño que cuando te asomas no puedes evitar decir coñoo! y por la tarde fuimos a Sevilla para reunirnos con Álvaro y "su familia". Allí tuvimos uno de esos momentazos que te llenan de alegría cuando nos reencontramos en una cervecería de una ciudad extraña y en fechas tan cercanas a la Navidad. Cenamos todos juntos de tapeo y disfrutamos de un café en una terraza (en diciembre!!!) iluminada por las mismas farolas que dan luz y brillo a la catedral y a la Giralda.


Al día siguente y tras una farra brutal por la calle Betis, nos levantamos de resaca con la esperanza de no encontrarnos al tío más lento del mundo, personificado en forma de recepcionista de albergue juvenil. Salimos de allí a eso de las diez y llegó otro de los momentazos, en forma de desayuno con mollete, aceite de Espera y tomate picado, de nuevo sentados en una terraza, aunque esta vez algo menos lujosa.

El culmen a un fin de semana impresionante lo puso la comida en el barrio de Santa Cruz y un partido de fútbol en el que el resultado fue lo de menos ya que, en compañía de amigos de verdad (y eso que faltaban algunos), lo que realmente importaba era pasarlo bien y beber unas cañas a la salud de la amistad, de los viajes relámpago y por supuesto del maehhtro.

Un fin de semana horrible fue eclipsado por otro que sin duda entra en el ránking de los mejores de mi vida. Y es que como dice la canción: "aprendí que la vida por todo lo malo algo bueno te da"
http://es.youtube.com/watch?v=0zJ6hw0b4SY&feature=related
Gracias chicos.