jueves, abril 05, 2007

La cárcel y el ave

Hace ya un par de años realicé un viaje a Cádiz, recuerdo que la Semana Santa estaba a punto de terminar. Todo surgió de forma súbita y en cuestión de dos días decidí embarcarme en la aventura de recorrer España de punta a punta en furgoneta. Los componentes del grupo de compañeros con los que iba al sur eran fanáticos de las aves y se desplazaban allí para observar el maravilloso espéctaculo natural del paso migratorio del Estrecho de Gibraltar. Yo por mi parte, aunque aficionado a la ornitología, no iba para ver pájaros, necesitaba evadirme de todo. León era como una cárcel en la que me veía atrapado, atrapado en mi soledad y en los recuerdos que llegaban a mi mente cuando paseaba por sus calles.

Al llegar a Caños de Meca nos fuimos inmediatamente a la playa. El frío de la meseta norte contrastaba con el calorcito gaditano. Nada más pisar la arena me dí cuenta de que aquella era una visión mágica. Estaba en una playa impresionante, allí donde se perdía la vista se levantaba el cabo Trafalgar rompiendo el cielo. No había rastro de vida humana, los correlimos y chorlitejos caminaban y corretaban buscando alimento y el batir de las olas inundaba nuestros oídos de océano. Nosotros eramos los únicos que disfrutábamos de aquel paraíso y eso me hacía sentirme muy especial.

Mis compañeros, que como dije eran unos locos de la ornitología, fueron armados con sus prismáticos y sus telescopios. En un par de minutos ya estaban montados sobre los trípodes, y mirando sobre las olas descubrieron las clásicas gaviotas y gaviones. Después de localizarlos me tocó el turno de mirar y me quedé embobado viendo como los alcatraces atlánticos se tiraban en picado para cazar los peces que alimentarían a sus crías en una colonia cercana. Sin darme cuenta llevaba un buen rato observando el majestuoso vuelo de estas aves, me sentía en la gloria, pero tocaba el turno de pasar el telescopio a otro compañero. Cuando se cansaron de ver todo el rato lo mismo me hice con uno de los dos trípodes y me dispuse a observar con más detenimiento aquel ave tan hermosa. Me fijé en una, su vuelo era liviano, como si no le costase mantener el equilibrio entre las corrientes que azotan el estrecho, cazaba sin agobios, se zambullía, salía del agua, volvía a elevarse y disfrutaba de su planeo hasta que de nuevo, se lanzaba en picado. Era la viva imagen de la libertad.



A lo largo de aquel viaje ví muchas otras aves que jamás había observado, pero ninguna me marcó tanto como aquel alcatraz. Quizá fuera porque escapé de una cárcel urbana para encontrarme con un ave que lleva el nombre de uno de los más famosos centros penitenciarios del mundo, pero que me llenó de sensaciones de libertad.

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