domingo, diciembre 16, 2012

Todo sigue igual

Noche de sábado, y cómo muchas de ellas en los últimos tiempos, sin nada que hacer. Tras haber pasado gran parte de la tarde devorando una novela enciendo la televisión con la plena intención de apagar mi cerebro. Ponen una película que hace tiempo ví en el cine y de la cual guardo un grato recuerdo: Un franco, catorce pesetas.

Para los que no la conozcan narra la historia de dos trabajadores de la Pegaso que se quedan en la calle en la España de los 60 y deciden probar suerte en Suiza dónde han oído que hay trabajo y bien remunerado. El choque cultural inicial es brutal, la barrera del idioma, el clima y las costumbres de los europeos les llaman poderosamente la atención. Un ejemplo que muestra el analfabetismo de los españolitos de aquella época en el extranjero es que ni siquiera conocían el papel higiénico ya que ellos lo que utilizaban para limpiarse el culo era el periódico.

Sin embargo, como siempre ocurre, la necesidad agudiza el ingenio y poco a poco aprenden a comunicarse, al principio con gestos y más tarde con palabras en alemán e italiano. La vida les va sonriendo y es apacible en un lugar donde el entorno natural y la gente que lo habita se muestran amables y cercanos con ellos. Tanto que incluso "confraternizan" con la población local.
 
Al cabo de unos meses sus familias se van a vivir con ellos y se establecen definitivamente en los Alpes. Para los niños es una delicia, la escuela es gratuita y como dice el hijo de uno de ellos "hay bosques y ríos, mientras que en Madrid no" Sus padres trabajan y ganan un sueldo decente que les permite vivir con cierta comodidad, ¡hasta se compran un televisor! Pasan los años y los críos ya son más suizos que españoles, pero hete aquí que ocurre lo impensable. Después varios años en Suiza deciden volver a España.

¿Qué tendrá este puto país que siempre queremos volver a él?, ¿o ni siquiera intentamos marcharnos? Será el apego al terruño, la morriña o cualquier otro sentimiento de mierda el que hace que pese a que nos golpee, nos aplaste y nos trate como a un trapo volvamos como un perro apaleado, con el rabo entre las piernas. 

"Al final todos vuelven, siempre os marchais a vuestra patria" son las palabras de la chica que posee la pensión donde han vivido los primeros meses en Suiza. Y cuando llegan se encuentran a la vieja España, un país donde tener un piso supone invertir todos tus ahorros e hipotecar tu vida para siempre por unos metros cuadrados de libertad irreal, con vistas a un patio de luces donde, las bocanadas de humo de tu cigarro cargadas de nostalgia y desazón se pierden entre los gritos de las vecinas que cotillean dos pisos más arriba. Un país donde el honrado, el amable, el honesto no van a ninguna parte, cosa que aprende rápido el niño que pobre de él, no conocía ni siquiera el concepto de "chuleta" fuera del contexto alimenticio ya que en Suiza no existía. Un país donde los hijos de puta proliferan por doquier y medran a la sombra de un populacho que no se menea y que simplemente se dedica a encajar los golpes, quejándose de su mala fortuna al calor de una caña. Eso sí, al igual que en la película, todo parece arreglarse con unas cañas, amargas como la vida.

Y yo me pregunto, ¿ha cambiado algo? ¡Dios que tristeza!