martes, marzo 29, 2016

La artista de la luz

Cuando la conoció fue como si el tiempo volviera a empezar a contar, como si amaneciera de nuevo con una luz renovada y purificadora. Estaba llena de energía y su juventud rebosaba alegría y entusiasmo por todos los poros, justo lo que a él le faltaba en aquellos momentos de su vida. Sonreía, y lo hacía todo el tiempo, mostrando un pequeño diastema entre sus dos incisivos superiores que a él le parecía  muy sexy.

Ana era estudiante de bellas artes y como tal llevaba siempre consigo algo con lo que dibujar. De repente se quedaba mirando a alguien de forma analítica, fruncía el ceño tratando concentrarse y comprobaba cual era la mejor perspectiva, cuáles eran los músculos que trabajaban en cada gesto de la cara del individuo analizado. Medía proporciones utilizando el lápiz que llevaba en el bolso y esbozaba un primer boceto del modelo improvisado que, a menudo, no se daba cuenta de que lo estaba siendo.

Cuando tocaba trabajar en las labores de campo era cuando resplandecía. Su alborotado pelo se balanceaba levemente con los vientos primaverales de la estepa castellana. Disfrutaba embarrándose con los ladrillos del chozo de pastor que construía junto a sus compañeros y ensoñaba mientras los demás observaban las aves de la laguna que volvían para pasar la noche bajo la protección del agua. Mientras ella lo miraba todo con esos grandes ojos oscuros y todo le entusiasmaba. Parecía como si cada actividad que realizaba fuese tan especial y novedosa como la primera vez que dibujó en su vida.  

El modelo improvisado aún recuerda el taller de decoración artesanal de botijos con los niños del pueblo, la alegría que ella desprendía a raudales mientras enseñaba a los canijos a pintar garzas, patos o gorrioncillos. Su manera de jugar con pequeños y mayores que como era de esperar, contagiados por la magia, acabaron con la cara llena de colores. Recuerda el collar de cuero al cuello y ese gesto de morderse el labio inferior que se le antojaba delicioso mientras contemplaban la puesta de sol en tierra de campos.

También recuerda las pequeñas manos que se afanaban en tratar de captar su imagen en un dibujo. Ya se había percatado de que le estaba sirviendo de modelo, pero no le importaba ni lo más mínimo mientras aquello supusiera pasar algo más de tiempo en compañía de aquel ángel redentor. Así, se hacía el despistado en el albergue o en los bares en los que ella aprovechaba para sacar sus bártulos y desarrollar su arte.

Era pequeña de estatura pero sus abrazos eran enormes y cálidos. Pegaba la cabeza al pecho de quien fuera el agraciado de recibirlos y se podía notar la sinceridad y el afecto fluir entre las telas de la ropa para llegar a rozar la piel. Y no puede olvidar como esos mismos abrazos le cargaban de energía, toda esa que le faltaba debido a los avatares e incertidumbres de la vida.

Ana voló como vuelan las golondrinas en otoño. España se le quedaba pequeña y muy escasa de oportunidades para alguien que se dedica al arte. Encontró el amor y terminó por instalarse en Italia para dedicarse, entre otras cosas a la fotografía. Y una fotografía es precisamente la que tantos recuerdos le han traído al modelo improvisado.

En ella ha visto a una mujer sofisticada, con ese aire toscano de las grandes divas italianas. Ha abandonado su abrigo con capucha de duende y lleva un elegante vestido azul con bolsillos y cinturón de cuadros verdes, amarillos y ocres. Su pelo ya no es ondulado sino que lo tiene planchado y sus grandes ojos negros siguen tan vivarachos como siempre, eso sí, detrás de unas grandes gafas de pasta. Sin alardes refulge como lo hacía hace unos años y sin duda es por esa sonrisa que lo ilumina todo, que desprende alegría y entusiasmo, esa sonrisa!

Que la vida te sea siempre bella: https://www.youtube.com/watch?v=rVD19of6-a4

sábado, marzo 19, 2016

La hormigonera


Ángela despierta, a penas ha dormido un par de horas y la cabeza le da vueltas. Con una sensación de vacío estomacal tremenda observa la botella de whisky en la mesita y un pinchazo en la sien le recuerda que bebió demasiado. Pese a la ligera resaca, la hormigonera se enciende y retoma como un autómata la conversación mental que tuvo consigo misma bajo el edredón nórdico y que le había impedido conciliar el sueño hasta altas horas de la madrugada.

El frío del suelo que nota en sus pies descalzos no impide que se tome su tiempo para buscar en spotify la lista de reproducción y ya de paso revisar el facebook. Suena una canción de Love of Lesbian que en otras circunstancias le animaría, incluso le permitiría evadirse de todo lo ocurrido en los últimos meses por un rato, pero la imagen de la pantalla disfrutando de un de sus viajes le golpea con dureza.

Sabe que debería de ser racional y no darle importancia a aquello que no la tiene, pero necesita desahogarse. Suelta un "qué cabrón!!" que más que un exabrupto, sale de su boca como una mezcla entre alarido y vómito. De nuevo esa sensación, de nuevo desengañada, vacía y hundida mientras él disfruta de las mieles de su viaje a Marruecos, indolente ante cualquier atisbo de dolor. Se le escapa una lágrima y se mete en la ducha, allí no se notan tanto.

De pronto The Hives suenan con potencia en su iphone. Casi se había olvidado de la música, pero ese "Come on" le saca de sus pensamientos y le pone en marcha. Desnuda, frente al espejo, respira hondo y apoyando el meñique elimina el vaho suficiente como para mirarse. El in crescendo de la canción continúa y expele a su reflejo -YA ESTÁ BIEN!!- Respira, se calma y vuelve a inspirar con profundidad. Ahora con una voz más suave se dice - "no puedes seguir así" -. Alentada por su desnudez afirma: - "hoy es un nuevo nacimiento" -

De casa al trabajo y del trabajo a casa. La misma rutina de siempre que adora y odia al mismo tiempo. Para airearse sale a dar una vuelta, a mirar algunas tiendas de ropa, aunque sabe de antemano que no comprará nada. No tiene espíritu para trastear entre las perchas, buscar talla y pensar en combinaciones de colores. Simplemente necesita caminar y sentirse una anónima más en la ciudad, pero en seguida se da cuenta de su error. El boticario está abierto, demasiados recuerdos para siquiera atreverse a asomar la cabeza y escuchar que disco está pinchando hoy el camarero. Se maldice por no entrar - "con lo que me gusta a mí este lugar" - y retoma el camino a casa. 

La noche ha caído y el frío del incipiente invierno soriano empieza a hacerse notar. Se acurruca dentro de su trenca y, con las manos en los bolsillos, agacha la cabeza instintivamente para evitar la pérdida de calor y las miradas de los otros. Al llegar a casa cambia el abrigo por la manta y se envuelve en ella para dejarse caer en el sofá. Enciende la tele para apagar el cerebro, por hoy ha tenido suficiente. En ese momento suena el teléfono y no hace falta mirarlo para saber quien llama. La canción que le había asociado sigue vinculada. Otra vez se enciende la hormigonera, pero no, esta vez no cogerá el teléfono.