sábado, febrero 20, 2016

Energías II

A veces me gusta rebuscar en la pequeña librería de mi habitación a ver que encuentro. Es para mí un pequeño placer pasar el dedo por los lomos de los libros observando los títulos de las obras. En ocasiones me topo con una vieja lectura que me llama para ser reinterpretada o simplemente redisfrutada. Otras veces como la que nos atañe, es una situación o un hecho reciente el que elige por mí, y ahí está: Antonio Machado "Poesías completas" ¡Qué mejor lectura para el momento y el lugar en los que ahora mismo vivo!

Aún recuerdo cuando en el instituto nos lo mandaron comprar para leer las dedicadas a Campos de Castilla. Nunca me interesó demasiado la poesía, quizá nunca la entendí, pero cuando leía al gran poeta sevillano me sorprendía sobremanera su capacidad de describir con tan poco, de ser tan inmensamente grande y hermoso siendo a la vez, y solo en apariencia, simple.

Abro el libro. La encuadernación no tiene nada de especial, pero huele igual. El aroma de las páginas y el diseño de la colección Austral me retrotraen a otra época, a la adolescencia, a la inexperiencia y la tontería de la edad del pavo. Leo de nuevo "Orillas del Duero", "Un loco", "El tren" y "Campos de Soria", cuatro de mis favoritos. Los paladeo y descubro nuevos matices en cada verso. Sigo pasando las páginas y me encuentro con el cuento-leyenda titulado "La Tierra de Alvargonzález" y entonces mi sensación cambia. ¿Cómo puede ser que haya trabajado en un instituto que se llama así y no supiera de la leyenda de Machado?
El instituto del que hablo está en un pueblo de la montaña burgalesa de cuyo nombre no quiero acordarme. Un lugar en el que como comentaba en la anterior entrada de esta bitácora sentí una serie de energías de esas que percibo a veces. Lo que ocurre es que en este caso no eran precisamente positivas. Gracias a la que por entonces era mi novia conocí el pueblo unos días antes de que empezara el curso. Ella había realizado una sustitución allí y, pese a mis reticencias, logró convencerme de subir desde San Leonardo donde me encontraba realizando los exámenes de septiembre a mis alumnos suspensos. Ya desde ese primer instante noté algo extraño, aunque lo achaqué a las nubes que de pronto habían cubierto el, hasta entonces, soleado cielo de finales del verano. 

El inicio del curso no fue mejor. Visité el centro en cuanto me confirmaron la vacante y por la calle solo recibí miradas duras y reviradas que rezumaban desprecio y desdén. Alquilé un piso y una extraña sensación de agobio se apoderó de mí hasta tal punto de que me fui con lo puesto a San Leonardo. Allí mis amigos me calmaron y decidí que, a pesar de los veintisiete kilómetros que separan ambos pueblos por una carretera de montaña infernal, no iba a volver a dormir en aquella casa ni en aquel pueblo ni un solo día más.

Leo las primeras líneas de la leyenda de Alvárgonzalez y empiezo a notar que todo encaja de alguna forma singular. La historia es oscura y habla de pulsiones enfermizas entre los miembros de una misma familia: muerte, envidia y afán de posesiones se mezclan en un cuento que desnuda a la perfección algunos de los peores sentimientos del ser humano. No solo los personajes son importantes en la narración, la tierra es tanto o más importante que ellos. Ella recibe el laborioso y duro trabajo del buen hortelano, las manos callosas del hombre de campo se hunden en sus entrañas y la sangre del asesinado riega sus entresijos mientras calla, ve, oye y vuelve a callar quedando marcada para siempre.
Las gentes de aquel pueblo siempre me parecieron hoscas y ceñudas, rezumaban hostilidad y resentimiento. Era como si se encontraran en un estado de confrontación constante hacia lo diferente. Su energía negativa lo inundaba todo y hasta el aire parecía pesar más en aquellas callejuelas cuyo asfalto estaba reventado por el hielo y la nieve del crudo invierno de estas zonas. Yo no entendía como ante un entorno tan maravilloso como el que tenían a su alrededor con las lagunas de Neila, la Laguna Negra y el pantano de la Cuerda del Pozo rodeado de pinares y de verdor mientras la sierra de la Demanda lo domina todo podían tener semejante carácter, tan lóbrego y antipático. 

Leyendo a Machado logré entenderlo, es la tierra, esa en la que:
En los campos sembrados 
crecieron las amapolas sangrientas; 
pudrió el tizón las espigas
de trigales y avenas;
hielos tardíos mataron 
en flor la fruta en la huerta,
y una mala hechicería 
hizo enfermar a las ovejas.

Es esa tierra que la que dio de comer a esas gentes y les nutrió con su energía negativa, la cual ha pasado a formar parte de sus espíritus cerrando así el círculo del que la misma tierra recibió a su vez sangre, agonía y asfixia.