jueves, febrero 07, 2019

Metáfora ciclista

Vengo de una etapa rompepiernas. La sucesión de pequeños repechos, cortos en cuanto a distancia se refiere, pero con una inclinación endemoniada, han conseguido que mis piernas se encuentren algo colapsadas por el acúmulo de ácido láctico asociado a la falta de oxígeno. Todo lo que se sube hay que bajarlo, pero la carrera no permite descansos y el ritmo se mantiene muy alto incluso cuando las pendientes son favorables.

Debido a mi mala cabeza y a que en realidad no me considero un buen escalador ataco bajando, pero mi ímpetu y mi inconsciencia me han llevado a salirme en más de una curva, por no hablar de algún que otro batacazo contra el asfalto. Aún magullado y dolorido siempre, más tarde o más temprano, pero siempre, me he puesto de pie, he vuelto a montarme en la bicicleta y a pedalear. 

Y aquí me encuentro ahora, en este páramo inmenso en el que no encuentro ninguna motivación para seguir luchando y llegar a meta. La llanura es inmensa y estéril, los campos pelados y grises de esta extraña estepa muestran su apatía ante mi paso y ni siquiera el brillo de un sol mortecino logra aliviar el desasosiego que poco a poco se ha apoderado de mi espíritu. Es tal esta nada que hasta dejo de escuchar mi respiración. Ni siquiera el latido de mi corazón, ese con el que sé que puedo alcanzar cotas míticas de la escalada ciclista, ni siquiera él parece sonar ya.

El monstruoso vacío que se agranda con cada golpe de pedal me hace dudar de que realmente exita una meta. Me pregunto si esta vastedad terminará por fagocitarme, si en realidad no hay una meta y solamente esta abulia que lo engulle todo. 
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De cuando en cuando encuetro una luz de esperanza en una pequeña rampa. Al proximarme a ella observo como la vegetación trata de abrirse paso al abrigo de la pendiente y la humedad que se resguarda en las pequeñas oquedades que quedan entre las piedras. Algunas plantas de bajo porte han conseguido colonizar la mínima capa fértil que aún resiste sin deslizarse.La mayoría de ellas, por miedo a destacar simplemente no florecen, y se unen a la desidia generalizada de esta nada que lo envuelve todo. Sin embargo, milagrosamente, me parece observar algún diminuto insecto volando entre las hojas, tratando de buscar las escasas flores que se atreven a lucir sus colores. 

Las alegrías duran tan poco que a menudo ni siquiera noto el desnivel y se hace innecesario cambiar el desarrollo de la bicicleta. En cuanto supero la mínima cota el espejismo se esfuma y retorno a esta meseta desesperante que se empeña en matar todo atisbo de entusiasmo, de iniciativa, de felicidad. Vuelvo al pedaleo rutinario, a tratar de llevar un ritmo constante y no desgastarme demasiado, al aburrimiento más exhaustivo. Mis piernas se convierten poco a poco en dos motores de frío y duro metal. Los huesos se transforman en bielas cuya única función es conseguir que la cadena de la bici siga moviéndose. La transfiguración a robot ha comenzado.

Necesito un puerto de montaña!!