Edimburgo es una ciudad de cuento, no se puede resumir de otra manera. La capital de Escocia enamora por su casco antiguo plagado de historia y leyendas que surgen de un espectacular castillo situado encima de una roca volánica y descienden hasta el palacio de una reina que tuvo gran poder y que murió ejecutada. Una ciudad de cuento sí, pero yo no he dicho que tipo de cuento. El clima es particularmente lluvioso y nublado la mayor parte del año, lo cual da cierta personalidad oscura al entramado de calles y callejones. Algunos de ellos desembocan además en cementerios como el de Greyfriars o el de Calton Hill cuyas lápidas torcidas, caídas y rotas unidas a las rejas clavadas al suelo que impedían que los ladrones de tumbas se llevasen los cuerpos, le otorgan un carácter ciertamente lúgubre y misterioso. Son muchas las historias de fantasmas y brujas que allí me contaron, al calor de una pinta en un pub, escuchando música tradicional celta o simplemente leyendo en alguna de las...
Terminaba la última entrada de esta bitácora reflexionando acerca de la situación actual de la universidad en España, tomando como ejemplo a una universidad pequeña como es la de León. No es demasiado complejo comprobar que el porcentaje de endogamia dentro de las facultades es muy elevado. Fácilmente encontramos matrimonios, parejas que no han pasado por la vicaría, padres e hijos, primos, cuñados y toda una retahíla de familiares de sangre o putativos. Famoso es el caso de un profesor de Geomorfología el cual, no contento con tener en el mismo departamento a su esposa, tenía a su ex y a la que todos los rumores señalaban como su actual amante. Cual jeque árabe mantenía un harén de mujeres bajo el manto de su posición dominante dentro del departamento ya que, por supuesto, en el machismo reinante él era el jefe. No digo yo que el roce no haga el cariño (aunque muchas veces hace rozaduras) y más cuando se pasan muchas horas de investigación en el laboratorio o en el campo, c...
Vuelvo al hotel rural en el que me alojo cuando ya la noche asturiana es bien cerrada. La suave brisa veraniega transforma el trayecto de más de media hora que separa la población Colunga de la pedanía en la que se encuentra mi acomodo en un paseo agradable. Mi piel, algo quemada por el sol se eriza con el frescor nocturno que desprenden los verdes prados y puedo escuchar en la lejanía los cencerros de las vacas que a buen seguro se estarán dando un festín de pastos tiernos. Al continuar por la acera que une las dos localidades y dejar atrás la útlima casa del pueblo, el camino se torna lúgubre y misterioso. Está iluminado eso sí, pero la disposición de las farolas es un tanto particular. Están a ras de suelo, de tal forma que no alumbran a mucha altura, y tan separadas unas de otras que entremedias la oscuridad se apodera de nuevo de la senda ennegrciéndola durnate unos metros. Mis sentidos se agudizan y puedo oler las flores de los árboles que delimitan la acera y oír a los...
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