domingo, noviembre 23, 2014

Un domingo cualquiera


Los rayos de luz de una mañana ya bien avanzada se cuelan entre los huecos de una persiana mal cerrada. A su paso las partículas de polvo en suspensión se hacen visibles como minúsculos elementos de una ensoñación. Huele a sudor, a alcohol y tabaco, también a derrota y fracaso.

Hace calor en la habitación y una sensación de ahogo le despierta. Siente la lengua tan seca que parece estar pegada al paladar. De igual forma, las sábanas lo están a su cuerpo. No escucha nada ya que sus oídos están demasiado ocupados con un estridente pitido que enmascara cualquier otro sonido. Las sienes le palpitan fuerte y cada latido llega acompañado de una punzada de dolor que se extiende hasta la nuca y baja por la espalda.

Jaime se incorpora y el dolor se agudiza. Los pies le arden, están hinchados y rojos. Nota las marcas de las arrugas de la ropa de cama en el hombro derecho. Por fin se pone en pie y un temblor repentino de piernas le hace dudar si volver a dejarse caer en la cama, pero la vejiga no puede esperar mas. La orina que expulsa es oscura, densa, casi pastosa, y escuece. De pronto, una arcada, se arrodilla y vomita violentamente.

Tras la ducha toma un café y una pastilla para aliviar el dolor físico. El otro no se alivia tan fácilmente. Se mira al espejo y casi no reconoce la imagen que este le devuelve, está tan demacrado! El aire fresco de la calle siempre le sienta bien en estas circunstancias, así que se viste. Unos vaqueros, una camiseta y las gafas de sol tras las que disimular las enormes ojeras a la par que ocultarse de las miradas de la gente. 

Al cruzar el portal la claridad le deslumbra pese a las gafas. Cuando logra acomodarse a la luz la ve a ella. Lo primero que observa son unas botas de cowboy de cuero marrón. Continúa subiendo y se encuentra con unas piernas torneadas, levemente bronceadas, que culminan en una falda corta con ligero vuelo que no es más que el comienzo de un vestido estampado de tirantes. La chica apoya su trasero y sus manos en un deportivo negro. Mira al cielo como queriendo captar todos y cada uno de los rayos. Jaime se imagina que estará pensando: quizá recuerda el verano en la playa, los festivales de concierto en concierto o simplemente se imagina su futuro. Ella no le ve y a él le gusta divagar, pero no se da cuenta de que se ha quedado parado y mirando como un imbécil, o aún peor, como un pervertido.


De repente, la mujer que a esas alturas debe de haberse sentido observada, posa su mirada en él y le escruta detrás de sus Ray-Ban de aviador. Su pelo ligeramente ondulado brilla como un brioche recién sacado del horno y sus carnosos labios se antojan deliciosos. Ella se muerde el labio inferior en un gesto puramente sensual y sonríe a Jaime juguetonamente. Él le devuelve una media sonrisa al divisar por el rabillo del ojo a un hombre que se aproxima desde la otra acera. La chica, que no le había visto, gira hacia él y le abraza. Éste la coge por la cintura y ella le rodea con las piernas y dan vueltas y vueltas. Se funden en un beso ardiente y salvaje. Mientras tanto, tras sus gafas sus ojos continúan observando al desconocido. Jaime sonríe, mira al suelo negando con la cabeza y se va.

sábado, agosto 02, 2014

Imilce

Provengo de una estirpe de guerreros africanos, un linaje que remonta muchos siglos atrás. Soy el general en jefe de estas tropas que han de conquistar esta tierra y todas aquellas existentes en el mundo conocido, por Baal, Tanit y todos los dioses cartagineses. Soy Aníbal Barca.

Así me presenté ante todos los habitantes de aquel asentamiento hispano llamado Cástulo, y en particular ante aquella mujer íbera que decía ser princesa de su tierra. Ella sonrío y la estancia pareció iluminarse de la misma manera que la luna llena ilumina las noches oscuras. Me miró y se acercó para decirme que se llamaba Imilce, se reclinó ante mí sin dejar de observarme y yo, procurando disimular el temblor de piernas que se había iniciado en el mismo momento en que fijó sus ojos en mi, le devolví un gesto de asentimiento y se retiró a su posición inicial.

Después de hablar con mis generales propuse cambiar de estancia a una menos formal con el fin de asentar lazos de paz con aquellas gentes y comer y beber los frutos que esa tierra estaba dispuestos a ofrecernos. Tras  mi encuentro con la princesa íbera mi mente se había quedado algo trastocada así que dejé que mis buenos compañeros me guiasen en aquel festín. Comimos y bebimos a la luz de las velas y al son de la música que aquellas extrañas gentes tocaban, pero que sin ninguna duda tenía alguna raíz procedente de África. Me relajé, los combates habían cesado, era momento de disfrutar, todo era alegría.

De repente la divisé entre el gentío, allí estaba Imilce, mirándome con esos ojos del color de las avellanas. Cuando se dio cuenta de que yo también la miraba volvió a sonreír y fue entonces cuando me percaté de que llevaba un aro metálico en la nariz. Cosa por cierto que le daba un atractivo muy particular. Quizá movido por los licores ingeridos en el festín me acerqué a ella. Pude comprobar entonces que sus labios eran carnosos y  muy apetecibles. Ella volvió a sonreír, pero esta vez de una manera mucho más marcada, sus ojos se achinaron y su larga melena se movió suavemente dejando al descubierto un pequeño lunar en la parte izquierda de su cuello. El temblor de piernas volvía, pero mantuve la compostura y le propuse hablar en otra sala con menos ruido. Ella asintió.

En aquella sala también había velas y olía a romero y lavanda. Multitud de cojines cubrían el suelo junto con algunas telas de colores. Nos recostamos y hablamos cada uno en su idioma, pero nos entendimos a la perfección. No hacía falta mucho más que gestos y miradas. Ella también se encontraba nerviosa y decidí sumergir mi mano en aquella hermosa y larga melena para tratar de tranquilizarla. Mis dedos se perdían entre sus rizos negros, nos miramos a los ojos y descubrí que me había equivocado, además del color que había vislumbrado antes, en ellos una tonalidad verde, aunque tenue, brillaba ahora con fulgor a la luz del fuego. Recorrimos nuestros rostros con la mirada un par de veces e hizo un gesto que me derrotó por completo, se mordió el labio inferior con suavidad estudiada. Fue entonces cuando la besé.

De repente se puso en pie y al son de la música que sonaba ya muy lejana comenzó a bailar. Vestía una falda negra amplia pero ceñida a su cintura y una prenda muy corta que a penas le tapaba los pechos. Un par de pulseras adornaban su muñecas y un brazalete dorado destacaba sobre su piel clara. Empezó a moverse suavemente al principio, representando con sus brazos el compás de la música. Cuando ésta incrementó el tono y el ritmo giró sobre sí misma y su melena voló como un ave mecida por la suaves corrientes cálidas del verano. Movía el vientre acompasadamente y sus caderas se contoneaban con un ritmo hipnótico. Yo, recostado en los cojines no podía hacer otra cosa más que admirar tan soberbio espectáculo tratando de disimular mi excitación.

Cuando la música terminó, Imilce, sudorosa, se recostó a mi lado. Le dije que era el ser más hermoso que había visto nunca, que era una visión celestial y entonces fue ella la que me besó apasionadamente. Así abrazados nos quedamos dormidos, sintiendo el calor de nuestros cuerpos...

Al cabo de unas horas me despierto mirando al techo de la habitación. Qué sueño más extraño y más dulce. Me giro giro para incorporarme y descubro que en el otro lado de la almohada hay una depresión del tamaño de una cabeza. Me froto los ojos, sigo dormido. Los abro de nuevo y sigue ahí. De repente, escucho un ruido en el baño...

Voy a ver quien es...

https://www.youtube.com/watch?v=XInIyvNIo48


martes, julio 01, 2014

Soleciendo

Soleciendo, que palabra tan bonita!! Sí, está inventada por una niña de cinco años, pero todos sabemos lo que trata de expresar. No conoce la palabra con la que se nombra al sol cuando sale por las mañanas y se le ha ocurrido algo tan poético y hermoso que supera a la original. Y algo así es lo que me ha ocurrido a mí en el último año y especialmente en el último mes.


Llevaba un tiempo sumido en la oscuridad vital del que no quiere ni tiene ganas de hacer nada, del que sólo espera un cambio sin buscarlo, del que se regocija en su propia mierda pudriéndose por dentro de dolor y amargura. Me había embarcado en proyectos y actividades varias que no me llenaban y que lo único que conseguían era, en el mejor de los casos, distraerme de mi autodestructiva afición. Sin embargo en esas actividades había personas, compañeros de trabajo que compartían la desdicha de estar medio desterrados en un pueblo remoto de la provincia de Ávila en el que el único salvoconducto para no morirte del asco por la tarde es apuntarte a dichas actividades.

Dentro de todo el abanico de actividades, una especialmente ha sido muy importante para mí. Un proyecto precioso en el que íbamos a construir un invernadero siguiendo los preceptos de la bioconstrucción climática con barro y paja. Un trabajo aparentemente sencillo en el íbamos a participar todos los profesores y alumnos del centro, además de los familiares voluntarios que quisieran sumarse. Un proyecto que nació como algo hermoso y que poco a poco fue convirtiéndose en una carga.

Coincidiendo con mi caída en la oscuridad el invernadero empezó a plantearnos problemas: el diseño no terminaba de perfilarse, el suelo tenía una inclinación que hacía que todo se complicase aún más, la madera para la estructura no llegaba y cuando lo hizo fue mal cortada y húmeda, lo que supuso una carga extra de trabajo, hubo que hacer encaje de bolillos para conseguir la paja en pleno invierno...y así mil piedrecitas en el camino que lo hacían durísimo. Y pese a todo allí estábamos, metiendo horas y horas por las tardes hasta que se nos hacía de noche. Malcomiendo inmediatamente después de salir de trabajar para aprovechar al máximo las horas de luz.

No sé para mis compañeros, pero para mí acudir todas aquellas tarde al instituto me generaba una disyuntiva importante. Por un lado la pereza unida a la apatía de la que os hablaba antes me decía que me quedara en casa, pero por otro lado la cuerda con la que mis compañeros, y sobre todo algunas compañeras tiraban de mí, hacía que al final fuera a cortar madera, poner termoarcilla o lo que hiciera falta. Una vez allí renegaba y renegaba porque estaba en plan reburdias (como decimos en mi familia), pero desconectaba. El trabajo físico, la realización de una labor totalmente ajena a la docencia me servía para apagar esa neurona que tanta guerra me da cuando las cosas se tuercen.

Poco a poco y literalmente con sangre, sudor y lágrimas el proyecto fue tirando para arriba. El día que terminamos de montar la estructura de madera ya casi con la luz de un candil, ese día empezó a solecer. El día en el que bajo una lluvia intensa culminamos el cerramiento del tejado, ese día volvió a solecer. Y así poco a poco los días fueron teniendo más luz tanto meteorológicamente como metafóricamente hablando. Parecía como si la primavera trajera esa alegría a mi ser y curiosamente iba asociada al crecimiento del invernadero: de sus paredes, de las primeras manos de barro, del montaje de la puerta...y de los lucernarios. Qué gran momento tuve a solas dentro de nuestra bioconstrucción viendo el sol colarse atravesando las botellas recicladas.

Y así hasta el momento de la inauguración oficial el último día de clase. El día en el que todos echamos la vista atrás gracias a un vídeo y comprobamos que lo que habíamos creado era realmente hermoso. Habíamos conseguido unirnos en momentos difíciles. Habíamos logrado limar nuestras discrepancias con paciencia y amor (aunque suene muy cursi es así) al calor de una cerveza. Habíamos generado algo muy difícil de generar, habíamos hecho grupo, habíamos hecho amigos y todo ello en un pueblo que para muchos es un destierro y que para nosotros también lo era al principio. Un pueblo, un instituto y un proyecto que han han dejado una huella imborrable dentro de nuestros corazones (al menos del mío) 

Personalmente sólo puedo daros las gracias a TODOS, habéis conseguido que en mi vida solezca de nuevo.

La primera frase lo dice todo: https://www.youtube.com/watch?v=K5PoEObhv_Y


jueves, abril 10, 2014

La mejor versión

Existen versiones para todo: la versión remasterizada del disco del disco de los Beatles, la versión extendida de El señor de los anillos, la versión adaptada para niños de El Quijote, y mil más. En algunos casos puede ser debido a una falta de ideas por parte de quien la perpetra, mientras que en otros quizá sea un egocentrismo exhacerbado el que lleve al intento de superar a los ídolos. Intentos que por otra parte, y en la mayoría de los casos, bajo mi humilde punto de vista, se quedan en eso, en vanos intentos de mejorar algo que ya era bueno de por sí. hay que tener en cuenta que en una buena obra prima la originalidad, la capacidad de sorprender al ser el primero en publicar una novela con un estilo particular o tocar unos acordes musicales hasta ahora jamás escuchados en la historia.

Cabe pensar además que la enorme globalización de la cultura hace que esté ya todo inventado en le mundo de las artes y nada más lejano de la realidad. Hay quien con muy buen criterio rompe moldes generando auténticos terremotos artísticos en su campo. No estoy hablando de los pintores y escultores incluidos dentro de lo que hoy en día ha dado en llamarse arte contemporáneo los cuales a menudo pecan de soberbia al pensar que el público es imbécil y va a adorar como novedad una bolsa de basura tirada en el suelo (por poner un ejemplo) Hablo de directores de cine que se atreven con un plano nuevo como ya lo hizo Tarantino al incluir en sus películas sus, ya famosos, planos desde el maletero. Hablo de músicos como Camarón, que prueban y prueban mezclas de diferentes ramas de la música hasta dar con algo nuevo y personal que difícilmente son capaces a definir.

Sin embargo, como decía hay muchas versiones, tantas que a veces escuchamos una canción y ni siquiera sabemos que es una versión de otra. ¿No os ha pasado nunca? A mí si, y además fue hace poquito. Me encontraba en San Leonardo de Yagüe junto con mis amigos celebrando la festividad de Candelas y San Blas. Como siempre las risas resonaban en la estancia mientras la música hacía vibrar los altavoces a todo volumen. En esas estábamos, comiendo y bebiendo, cuando de repente escuché un tema que me parecía extrañamente familiar. Pregunté al dueño del disco, el gran Adolfo, e inmediatamente me contestó: Rebel rebel de David Bowie. Mi sistema neuronal lo reconocía, pero no asociaba la canción al cantante, de hecho yo la había escuchado en español. Al cabo de un par de minutos de cavilaciones la interconexión se produjo y dije: Rebel rebel de Circodelia!! Qué bueno jejeje.

Obviamente la versión del gran David Bowie es muchísimo mejor, por ser la pionera, por ser auténtica y porque, aunque la versión de Circodelia (creo que rindiéndo homenaje a uno los artistas que más les influyen a la hora de componer) está bastante bien, pero David es David.

Y os preguntaréis llegado este punto si me he vuelto loco o si se me ha ido la olla hablando de versiones. Lo cierto es que un poco loco lo he estado siempre, lo digo bien claro en mi perfil, pero no puedo estar más cuerdo y lúcido en este instante. Y es que sí, os he venido a hablar de versiones, de la anécdota con David Bowie y con Circodelia, pero sobre todo, de otra versión. Una versión que descubrí en aquellos momentos de alegría compartida. Una versión que no tiene que ver con la música, ni con el cine, ni con los libros. Una versión de mí mismo. Sí, así como lo leéis, una versión de mi mismo que después de atravesar por un periodo lúgubre y deprimente volvió a salir a la luz aquella mágica noche. una versión de mí mismo que ya tenía olvidada, la del payaso, la del cuentacuentos, la del biólogo enamorado de la vida. En una palabra, mi mejor versión.

¿Y sabéis que? Desde que he redescubierto esta versión me he dado cuenta de que mostrando lo mejor de uno mismo al público, sin tapujos, sin vendas y sin tristezas, todo sale mucho mejor y aquellos que me rodean se contagian y muestran la suya.

Y vosotros, ¿ya sabéis cual es vuestra mejor versión?

P.D. Por si alguno discrepa de mis opiniones aquí os dejo los dos enlaces, que cada uno juzgue según sus gustos
David Bowie, Rebel Rebel: https://www.youtube.com/watch?v=Sa6bI_95G9I
Circodelia, Rebel rebel: https://www.youtube.com/watch?v=42ji3Jhqrlc 

martes, enero 28, 2014

En la guerra y en el amor

Aquella mañana, en la llanura de Zama, estaba a punto de libarse una de las batallas más épicas y memorables de la historia. Cayo Valerio, un tribuno a las órdenes de Publio Cornelio Escipión, procónsul de roma, se sitúo al frente de los legionarios a su mando y observó la imponente estampa de los ejércitos púnicos comandados por el gran Aníbal Barca. El general cartaginés otrora azote de Roma tenía que defenderse en su propio territorio de la invasión de aquellas malditas legiones y para ello había reunido a la flor y la nata de los soldados y mercenarios provenientes de las más diversas comarcas africanas, galas e íberas además de ochenta elefantes listos para entrar en combate.

Cayo Valerio tragó saliva al sentir bajo sus pies el temblor de tierra que indicaba que los paquidermos habían iniciado la carga contra sus legionarios y se volvió hacia ellos para observar con cierta desazón que, asustados por su temible presencia, retrocedían mostrando el espanto máximo en sus rostros. En ese momento, el tribuno romano, en un arrebato de locura o de valentía (es difícil saberlo) tiró su coraza y su casco al suelo y avanzó. 

La táctica ideada por su general en jefe, Escipión, surtió efecto y los elefantes pasaron por los pasillos creados a tal efecto por las tropas romanas perfectamente coordinadas. Quizá de nos ser por el acto heroico de Cayo Valerio que infundió valor en sus legionarios, estos no hubieran mantenido la posición y hubieran dado al traste con la táctica, pero no fue así y la batalla continuó según lo previsto por Publio.

Sin embargo el amor no es como la guerra pese a que seguramente habréis escuchado justo lo contrario. Hay una suerte de excesos a pagar cuando de amar se trata. Y es que ocurre, a menudo, que no sabemos o no queremos ver la evidencia. No queremos darnos cuenta de que al mostrarnos abiertamente, al tirar nuestra armadura al suelo, igual que Cayo Valerio, nos exponemos en cuerpo y alma por voluntad propia. No podemos cargar al otro con la responsabilidad de no dañarnos ante un ejercicio de desnudez tan extremo.

Ese es nuestro exceso, ese es nuestro error, ese es el precio a pagar. Nos han vendido tan bien la moto que nos creemos la patraña del cuento de hadas. El del príncipe azul y la princesa prometida. Es tan bonito pensar que nos puede suceder algo tan irreal como ficticio, que aunque sabemos que es imposible (porque en el fondo lo sabemos) nos lanzamos a la piscina y como insensatos ni siquiera miramos si está llena o vacía.

Insisto que el espejismo puede parecer por momentos tan real que nos puede engañar. Sin embargo la decisión última es nuestra y nosotros somos los únicos responsables de nuestra propia desdicha. Intentar conseguir que la otra persona sienta lo mismo que tú es como intentar que un olmo de peras. Y sin embargo nos autoengañamos: "Oh sí! Le voy a exponer lo que siento y ella se verá reforzada y me confesará que siente lo mismo, pero no me lo había dicho por temor a no ser correspondida. Y entonces viviremos felices y comeremos perdices..." ¡Cuán bonito sería si se diera el caso! Pero no se da. Nos tragamos la mentira sin anestesia ni nada. Está tan bellamente envuelta y adornada que nos olvidamos de todo y hasta de nosotros mismos.

El problema es que pensamos que nos vemos arrastrados por un torbellino de amor que nos obliga a exponernos de esa manera y no! Nada más lejos de la realidad. Seamos claros, nos exponemos porque nos da la gana, porque nos gusta tanto ese ideal platónico y pasteloso como un merengue que nos vemos más allá de nuestras propias narices. Por eso, de nada sirve ponernos melodramáticos, simplemente es culpa nuestra, de nadie más!!

Habrá que seguir aprendiendo.

PD: A Cayo Valerio no le ocurrió nada con los elefantes, pero nadie nos asegura que al exponernos nosotros también vayamos a salir ilesos.