miércoles, febrero 16, 2011

Días de nieve y Lope

Voy al instituto en otro día perro de nieve y hielo. Absorto en mis pensamientos, que son muchos y variados, aunque todos centrados en un mismo tema, me deslizo, y nunca mejor dicho, por la serpenteante carretera de montaña que me tengo que recorrer de lunes a viernes.

La conversación de anoche colea aún en mi cabeza y algunas de las palabras dichas golpean con violencia lo que sea que hay ahí adentro. Pero sin duda lo peor es revivir el batiburrillo de sentimientos que dicha conversación, con sus posteriores cavilaciones, me producen.

Otra vez más me pasa lo mismo, no sé ni siquiera describir lo que me pasa. Es tal la mezcla que hasta el campeón del mundo en preparar cockteles sería incapaz de encontrar todos los ingredientes de este asombroso combinado que se encuentra en lo más profundo de mi ser.

Continúo el trayecto y la carretera se esctrecha entre la mata de pinos. Alguna que otra placa de hielo me sale al paso, pero las sorteo sin problemas. A diferencia de la velocidad a la que funciona mi cabeza a estas horas de la mañana, el coche se mueve despacio. No quiero pisar demasiado el acelerador, dos cosas a la vez para un hombre son demasiadas, ¿no? Y ya no digamos si una de ellas es pensar y la otra es una actividad que requiere tanta atención como conducir en condiciones meteorológicas desfavorables. De todas formas, el coche responde a todas y cada una de mis órdenes con la obediencia del buen soldado. Ha sido un acierto calzarle las ruedas de invierno.

Al fin llego al instituto, totalmente ido, de lo que menos tengo ganas es de dar clase, pero el deber manda. A segunda hora me toca poner un exámen y sin nada que preparar ni que corregir, con la cabeza en otro sitio, abro el libro de texto de lengua que uno de mis alumnos se ha dejado encima de la mesa y me topo con Lope de Vega y su soneto CXXVI, que dice:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, taridor, cobarde, animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrase alegre, triste, humilde, altivo;
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor, quien lo probó, lo sabe.

¡Qué revelación!

Yo quiero todo, lo que no quiere y lo que sí:
http://www.youtube.com/watch?v=lpit8YCjrik

martes, febrero 08, 2011

Historias de carretera I

Camina despacio el Sol. Comienza la pelea por ganarse su puesto en lo alto y, parece consumir sus energías en esa lucha por encima de emplearlas en calentar la atmósfera. La noche ha sido gélida y la nieve caída hace unos días se resiste a desparecer bajo la espesura del pinar. En las umbrías y cercana a los numerosos regatos que se forman por estas fechas en el monte soriano, colorea de un blanco satinado el paisaje que otrora fuera verde intenso y cubierto de piñas. Mas parece una ilusión que la pura realidad del invierno.

Él también camina despacio y lo hace con la cabeza bien alta. Falta poco para terminar con la estación del sueño y pronto tendrá que demostrar que es uno de los mejores. Camina tranquilo, el pinar en invierno no es un lugar seguro, pero lleva mucho tiempo sin oir ningún ruido salvo el de su propia respiración. Nota como el hielo cruje bajo sus pezuñas y sabe que es un primer atisbo de la primavera que se acerca. Cada día que pasa las horas de luz se van alargando y su naturaleza le pide movimiento.

De todas maneras el alimento escasea en estos lugares, no hay practicamente ningún brote que poder ramonear. Le duele el estómago tanto que piensa que lo que en realidad le aprisiona el vientre es el alma que se le escapa por las costuras. Su esperanza se cimenta en la llegada del tiempo de las flores, cuando la naturaleza le regala sus mejores dones alimenticios. Mientras tanto, se conforma con la poca hierba fresca que encuentra y con algunas acículas tiernas.

La primera llamada de la naturaleza restaña en su cabeza y piensa en marcar su territorio con una escodadura, pero sus cuernas todavía no están plenamente desarrolladas. Lo sabe porque todavía le duelen y además, se ha visto reflejado en el riachuelo. Aquel día, hace a penas un par de semanas, casi no se reconoce a sí mismo. Las tres puntas de su virilidad parecían pequeños alfileres todavía. Sí su hembra le viera así seguramente no le dejaría pasar las horas cálidas de julio junto a ella.

Ay! su hembra. ¡Cuánto la echa de menos! El invierno es más duro cuando se pasa en soledad, aunque en el fondo de su ser sabe de buena tinta que es mejor así. Las hembras se juntan para cuidar de las crías y en esos momentos tan delicados es mejor no molestarlas. Cualquier pequeño fallo, cualquier momento de estrés, pueden hacer que dejen de producir leche o lo que es aún peor, que abandonen a sus retoños. Ay! su retoño. Imagina lo grande que estará ya. Todavía tendrá las manchas blancas en su pelaje que indican su juventud, pero pronto alcanzará su madurez sexual y pasará a ser un rival más.

Absorto en estos pensamientos continúa su caminata y no percibe el cambio de sustrato bajo sus pezuñas, hasta que un pinchazo de dolor le sube por toda la pata. Una piedra suelta se le ha clavado entre los dedos. Seguramente a alguno de los camiones que circulan por esta pequeña carretera de montaña se le ha caído y como duele!! No deja de mirarse la pezuña, pero parece que ha habido suerte, no hay sangre, así evitará infecciones.

De repente cae en la cuenta, la piedra...la carretera...¡Está en medio del camino! Nunca un corzo debe permitirse el lujo de quedarse parado allí. Un coche se acerca!! El sol todavía no ha penetrado en lo profundo del bosque así que probablemente no le vea bien. Está paralizado por el miedo. Las luces se acercan cada vez más y de pronto, un pitido le saca de su estado de bloqueo. se oye el estridente ruido que hacen las ruedas al derrapar. ¡Le va a atropellar!

En el último instante de un salto y cae desplomado en la cuneta del esfuerzo y del dolor, la piedra aún no se ha soltado, mas bien al contrario, se ha clavado aún más. Justo en el mismo lugar en el que se encontraba hace un segundo el coche, por fin, se detiene. De él baja un hombre que se acerca. Intenta levantarse ya que ha oído historias aterradoras sobre estos animales. Tienen unos artilugios que matan a distancia, ponen lazos en el monte de los que es imposible escapar, incluso usan venenos y todo para luego colgar sus cabezas en la pared de sus casas.

El miedo se apodera de él con más fuerza que antes, pero lo que no sabe es que el hombre tiene el mismo recelo. A pasitos cortos llega hasta su posición y tratando de zafarse se revuelve contra él, pero otro restallido de dolor le deja inmóvil y se da por vencido, está a merced del humano. Éste parece haberse dado cuenta de su victoria y se muestra más confiado. Le acaricia el lomo y la nuca. El corzo no entiende nada, está aturdido por el dolor y se le escapa un gemido. Recoge la pata como un acto reflejo de protección y el humano se percata de que le pasa algo. Observa con cuidado la pezuña y le extrae la piedra con delicadeza, la sangre brota lentamente, es una herida pequeña, pero el alivio es enorme.

Se miran durante unos segundos, el tiempo parece pararse, pero el humano da una palmada muy sonora que le saca de su asombro. De un salto se aleja notablemente y con el segundo ya le pierde de vista por completo. Imagina a aquel tipo subiéndose a su coche y piensa que después de todo, aquellos extraños animales no son tan malos. Lo que él no sabe es que aquel ser humano espera que no vuelva a encontrarse con ninguno más de su propia especie en toda su vida.

Hoy me apetece esta:
http://www.youtube.com/watch?v=umWCU0ttj_I&feature=channel