lunes, junio 11, 2007

Hayas, buitres y droga

Ultimamente las cosas no marchan demasiado bien, a la incertidumbre sobre la concesión de una beca se une la duda que provoca el no saber si estas eligiendo el buen camino o si por el contrario, te estás equivocando de pleno. Antiguamente, cuando hacías una carrera tu titulación se valoraba positivamente en las entrevistas de trabajo y el que no curraba era porque no quería. Hoy en día, y sobre todo en ciencia, para trabajar tienes que ser técnico (titulación de formación profesional) o hacer una oposición. Si quieres dedicarte a investigar lo llevas claro, todo está marcado por la concesión de una beca que tarda en resolverse varios meses, durante los cuales dependes de tus padres o de un trabajo basura, mientras, la incertidumbre te come por dentro.

En esas estaba el viernes cuando mi admirado doctor Salgado nos comunicó, en su curso de doctorado, que el sábado nos íbamos de campo. Menudo alegrón me dió. De acuerdo ir de monte de esa manera no es igual que ir por libre, pudiendo hacer una ruta, un pic-nic o lo que más te apetezca, pero algo es algo. Además para mí, el monte es una droga y estas pequeñas dosis me ayudan a quitar el mono.

La salida de campo era al puerto del Pando, un puerto que conocía solamente de oidas por el pueblo que hay a sus pies, Prioro. El cual se hizo famoso este invierno por la caida de un rayo en el campanario de la iglesia causando destrozos varios en el edificio además del susto de los feligreses, que pensaban en que el señor les castigaba por sus pecados.

Al llegar, lo primero que vi fue el impresionante hayedo que está situado en la cumbre y a los señores del aire, cinco buitres que con su silueta de enorme rapaz sobrevolaban los árboles haciéndose notar, cómo diciendo: "este es nuestro territorio y aquí mandamos nosotros". Uno de los muestreos que hicimos fue en el interior del hayedo. Cuando comenzamos era cerca del mediodía y el sol apretaba, pero la sombra que proporcionaban las copas de las hayas hacía que se estuviera de maravilla.
En un momento determinado me alejé de mis compañeros y me senté en un tronco que había en el suelo. La sensación de tranquilidad y paz que me invadió fue impresionante. Sólo se oía el cantar de los pájaros y las hojas superiores de los árboles meciéndose con la suave brisa que las balanceaba como queriendo bailar con ellas. Por un instante olvidé todos los problemas e incertidumbres, lo único que sentía era felicidad. Y es que la montaña provoca en mí ese efecto, como dije antes es mi droga. Y si me dais permiso, os aconsejo que investigueis dentro de vosotros para saber cual es la vuestra, así tendréis algo para evadiros de todo, algo solo vuestro y a la vez, al alacance de cualquiera.


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