domingo, febrero 25, 2007

Gárgolas



Siempre me han intrigado esas figuras monstruosas que desde lo alto de la catedral vigilan la ciudad. Las gárgolas tienen un aspecto maléfico con alas de murciélago y cuerpos de animales. Con sus ojos diabólicos lo observan todo desde su posición privilegiada entre el cielo y la tierra.


En realidad son desagües ornamentales que se colocaron a lo largo de la Edad Media en los edificios eclesiásticos, y que servían para que el agua de lluvia no escurriera por la piedra, evitando así los daños producidos por la erosión. Muchos historiadores piensan que las gárgolas son figuras protectoras provenientes de tradiciones paganas y que servían para ahuyentar a las brujas y a los malos espíritus, además de para delimitar el suelo santo. Incluso se cuenta que tenían la capacidad de invocar un poder sumamente potente y potencialmente peligroso para alejar el dicho mal.


Hace cosa de un mes se cayeron dos de estas figuras de la catedral de León. Apareció en todos los periódicos y se armó un cierto revuelo debido al pésimo estado de conservación del edificio en general y de las gárgolas en particular. Pero no trascendió más de ahí, el gobierno prometío restaurarlas y donar más dinero para el mantenimiento de nuestra joya arquitectónica, Patrimonio de la Humanidad, y todo quedó en una anécdota.


Por mi parte, yo tampoco le dí más importancia de la que tenía. Como dije, siempre me han intrigado, pero también me han dado un poco de pena ya que las gárgolas son seres alados que no pueden volar. ¿Os imagináis tener alas y no poder volar?, ¡¡Menuda putada!! Entonces pensé que quizá las que se cayeron, en realidad, estaban intentando volar, desplegar sus alas, sentir como la piedra se convertía en carne y hueso, y despegar en un fantasmagórico, pero hermoso vuelo para atravesar la ciudad y liberarse de la cárcel al aire libre en la que estaban retenidas.


Nosotros somos como las gárgolas, tenemos la capacidad de realizar muchas cosas maravillosas(volar no es una de ellas, por desgracia) pero a menudo, no lo hacemos debido a los prejuicios de la gente y por miedo al que pensarán. No hay que dejar de intentarlo porque, aunque nos llevemos un buen batacazo, siempre habrá alguien cerca que nos ayude con los trabajos de restauración.


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