viernes, febrero 23, 2007

CUENTACUENTOS






Dicen que los cuentacuentos somos hippies, fumetas de perro y flauta que nos dedicamos a contar historias porque no tenemos otra cosa mejor que hacer. Pues bien, a todas esas personas que dicen semejante barbaridad, les dedico hoy estas líneas.



Cuando hace siglos la mayoría de la población española era analfabeta, él único modo de transmisión de la sabiduría popular era el boca a boca. Se contaban los cotilleos y los sucesos del día a día, como ocurre hoy (aunque de una manera mucho más superflua y banal). Pero también se contaban leyendas propias de la cultura de un pueblo. Después de cenar, con el fuego encendido, el más viejo de la casa comenzaba a narrar historias fantásticas sobre seres que habitaban en el bosque, duendes y hadas; historias de santos y beatos; o simplemente cuentos de siempre. De otra forma no se conocerían hoy en día leyendas tan hermosas como la del topo de la catedral o la famosa leyenda de San Froilán (por cierto, no dejéis de visitar Valdorria y la hermita que lleva el nombre del santo, la cual está situada en un paisaje espectacular).



Otros cuentos eran y son en apariencia más simples, pero tienen un mensaje final que les dota de algo especial. Una moraleja que servía, al mismo tiempo como remate final y como consejo para la vida. El cuento de Pedro y el lobo, uno de mis favoritos no sería lo mismo sin esa coletilla que nos decía que no debíamos mentir para que luego no nos cogiera el lobo. Y que decir de las fábulas en las que intervienen animales con capacidad de hablar. En ellas nos enseñaban otras cosas fundamentales como a ser trabajador y guardar para el invierno de la vida, como hacía la hormiga en contra de lo que pensaba la cigarra.



No sólo esto, los cuentos están presentes desde los albores de la humanidad. Se piensa que la mayor capacidad de comunicación verbal de los Homo sapiens con respecto a los neandertales, les proporconaba una ventaja evolutiva que concluyó con la extinción de "los habitantes del frío" como se les dió en llamar por sus adaptaciones al hostil medio europeo de las glaciaciones, y el dominio de nuestra especie en todo el planeta.



En las frías noches invernales los humanos se reunían y relataban con gran lujo de detalles sucesos de cacerías, de curaciones milagrosas e historias que le habían ocurrido a la tribu en tiempos remotos. Incluso plasmaban esas historias en las paredes de la cueva. Aparentemente no eran mas que relatos inocentes, pero el trasfondo era de una importancia fundamental, servían para transmitir cuales eran las mejores técnicas de caza, las plantas medicinales que utilizar en cada caso y lo más importante de todo, creaban una conciencia de grupo, una cohesión que les mantendría vivos.



Hoy en día el poder de la palabra se ha perdido, la información circula por los medios de comunicación y por la red de internautas. Ya no es importante contar cuentos, o eso parece. Pero cada vez nos cuesta más escuchar a las personas y expresarnos con fluidez en público. Cómo dice un amigo mío que también cuenta historias, cuando se prepara un cuentacuentos en condiciones, no solo hay que crear el ambiente idóneo y hay que hablar con el tono de voz adecuado, si no que además hay que crear en el público buenos escuchacuentos para que sean capaces de entar de lleno en el relato. Un cuentacuentos no sería nada sin los escuchacuentos.



Los niños son los que mejores aptitudes tienen para ser buenos escuchacuentos, aunque cualquiera puede serlo. Y al que no lo haya probado, le recomiendo que lo haga porque es una experiencia que no se le va a olvidar. Yo, por mi parte, me quedo con las sonrisas, las miradas atentas, las fantasías creadas en las mentes de los niños y las pocas enseñanzas que un joven como yo les pueda meter en sus cabecitas. Además del aprendizaje propio gracias a otros cuentacuentos como yo que pretendemos que una tradición tan antigua no se pierda.

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