Mi montaña y los castillos en el aire
La provincia de León es afortunada en cuanto a formaciones montañosas se refiere. Todo el norte es escarpado y refulgente, alcanzando su máximo esplendor en los Picos de Europa. Pues bien, el sábado, tras una semana de dudas y devaneos mentales varios relacionados con el futuro laboral, tuve la suerte de poder hacer una vistita a la que considero mi montaña. No son los Picos de Europa, no me van los tópicos.
Mi montaña es más humilde, pero se eleva con gallardía intentando alcanzar las nubes. La conozco desde que era pequeño, pero con el paso del tiempo he aprendido a saborearla, como a un vino que envejece en la barrica haciéndose más exquisito con los años. Mi montaña es cercana y no hay que ser un gran escalador para subirla. Está dotada de paisajes en los que la piedra caliza domina las alturas y la encina se resiste a abandonar el frío norte, atrincherada en las laderas de solana, sonde el sol del invierno le trae recuerdos del mediterráneo, recuerdos más apacibles. Los buitres y las águilas son testigos del discurrir del río que con paciencia horada el valle permitiendo que aflore un sustrato más silíceo sobre el que se desarrollan alisos, chopos, sauces, e incluso, más arriba, robles melojos.
Allí subido en la base de un antiguo circo glaciar, representante mudo de una época en la que el hombre era un especie más en la Tierra, una sensación de paz me invade. Contemplando la naturaleza radiante los problemas parecen desvanecerse, el aire fresco llena mis pulmones haciendo que mi respiración sea más pausada. Me relajo y comienzo a soñar. Sueño con que algún día tendré una casa en este valle que adoro, al pie de la montaña que venero como a si fuera mi totem. Soñando despierto un pedacito de libertad y otro de felicidad se ponen al alcance de mi mano y sin duda los tomo como a dos tesoros, guardándolos en lo más profundo de mi corazón para que nadie me los quite.
Curiosamente, ayer viendo una serie en la televisión oí un frase que me gustó mucho. Decía un sabio que los castillos que se hacen en el aire están bien donde están, no hay que destruírlos, lo que hay que hacer es construír los cimientos para llegar a ellos. Quizá los sueños que tengo en mi montaña son castillos en el aire, pero estoy seguro de que los sufrimientos y las dudas, las alegrías y las decepciones, los esfuerzos que ahora mismo experimento son los cimientos para alcanzarlos.
Estando en mi montaña además, tan cerca de las nubes, siento que nada es imposible, y que a cada paso que doy, los castillos están más cerca.
Mi montaña es más humilde, pero se eleva con gallardía intentando alcanzar las nubes. La conozco desde que era pequeño, pero con el paso del tiempo he aprendido a saborearla, como a un vino que envejece en la barrica haciéndose más exquisito con los años. Mi montaña es cercana y no hay que ser un gran escalador para subirla. Está dotada de paisajes en los que la piedra caliza domina las alturas y la encina se resiste a abandonar el frío norte, atrincherada en las laderas de solana, sonde el sol del invierno le trae recuerdos del mediterráneo, recuerdos más apacibles. Los buitres y las águilas son testigos del discurrir del río que con paciencia horada el valle permitiendo que aflore un sustrato más silíceo sobre el que se desarrollan alisos, chopos, sauces, e incluso, más arriba, robles melojos.
Allí subido en la base de un antiguo circo glaciar, representante mudo de una época en la que el hombre era un especie más en la Tierra, una sensación de paz me invade. Contemplando la naturaleza radiante los problemas parecen desvanecerse, el aire fresco llena mis pulmones haciendo que mi respiración sea más pausada. Me relajo y comienzo a soñar. Sueño con que algún día tendré una casa en este valle que adoro, al pie de la montaña que venero como a si fuera mi totem. Soñando despierto un pedacito de libertad y otro de felicidad se ponen al alcance de mi mano y sin duda los tomo como a dos tesoros, guardándolos en lo más profundo de mi corazón para que nadie me los quite.
Curiosamente, ayer viendo una serie en la televisión oí un frase que me gustó mucho. Decía un sabio que los castillos que se hacen en el aire están bien donde están, no hay que destruírlos, lo que hay que hacer es construír los cimientos para llegar a ellos. Quizá los sueños que tengo en mi montaña son castillos en el aire, pero estoy seguro de que los sufrimientos y las dudas, las alegrías y las decepciones, los esfuerzos que ahora mismo experimento son los cimientos para alcanzarlos.
Estando en mi montaña además, tan cerca de las nubes, siento que nada es imposible, y que a cada paso que doy, los castillos están más cerca.
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