La cuestión es que en Madrid, concretamente en el Parque Regional del Sureste, se ha comprobado una proliferación de mapaches que se estima han formado una población de unos 50 a 60 individuos. La alarma saltó cuando en el 2006, varios investigadores realizaban un censo de nuestro mustélido más acuático y juguetón, la nutria. Dichos investigadores se quedaron absortos al ver como las huellas encontradas en las orillas de los ríos no eran de este animal tan hermoso, si no del invasor americano, que con el paso del tiempo ha aumentado en número.
Los mapaches son comprados o regalados como mascotas, pero al hacerse grandes, cuando empiezan a morder o a volverse agresivos, los incautos dueños los sueltan en el monte. El problema radica en que estos animales se adaptan perfectamente a nuestro entorno, el clima les es favorable y explotan todos los nichos posibles, desde los basureros hasta las más puras orillas de los ríos donde hacen estragos en las poblaciones de batracios. Por otra parte, no tienen competidores ni depredadores naturales en tierras ibéricas, por lo que proliferan a sus anchas, desplazando a las especies autóctonas.
De nuevo el tema de las mascotas exóticas y la responsabilidad que supone tener animales potencialmente peligrosos en casa. En fin, los mapaches no son perros, aunque sean muy monos, crecen y muerden. Sinceramente, espero que no pase lo mismo que con otros animales como la tortuga de Florida, la cotorra argentina o el visón europeo. Espero y deseo que no veamos dentro de unos años en las guías de campo de los mamíferos ibéricos a los mapaches. Aunque en este aspecto no soy muy optimista que digamos.
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