viernes, octubre 07, 2011

La ironía del Nobel

Johan se levanta. Son las 7 de la mañana y la noche no ha sido precisamente reparadora, mas bien al contrario, los nervios han atenazado su estómago y a penas ha pegado ojo. Es la primera vez que en el instituto le encomiendan una tarea tan importante. Desayuna un café pensando en que quizá debería tomar una tila para calmarse. Acto seguido se mete en la ducha y como todos los días recuerda a su madre diciéndole que lo hace todo al revés, pero el prefiere calentar primero la tripa y después el resto del cuerpo.

Al llegar a las instalaciones del Karolinska nota las miradas de sus compañeros de trabajo en la nuca mientras avanza por los pasillos del enorme instituto de investigación sueco. Uno de ellos se para a hablar con él y le suelta el típico discurso en estos casos: - Tú tranquilo, solamente eres el encargado de dar la noticia, no formas parte del jurado, así que no tienes que preocuparte por el fallo -.

Por fin llega a su despacho y se deja caer en la silla ergonómica que se sitúa tras la mesa. Deja pasar unos segundos, coge el teléfono y se dispone a comunicar la noticia a los tres premiados. Marca el primer número, es de los Estados Unidos de América y la voz que contesta al otro lado es la de un amable secretario que le indica que deje el recado: - Pues verá señor, le llamo desde Estocolmo para comunicarle que el doctor Bruce A. Beutler ha sido galardonado con el premio Nobel de Medicina y Fisiología debido a los grandes avances que ha alcanzado en el estudio del sistema inmunitario y concretamente de las vacunas contra diversas infecciones, el tratamiento de tumores y de enfermedades inflamatorias -

Se hace un silencio, el secretario debe estar digiriendo la noticia, pero al fin responde y le pasa con el doctor Beutler. Todo marcha perfecto, ahora solo le quedan dos, puesto que el premio es compartido por tres personas. Los nervios se han calmado un poco tras haber roto el hielo de una manera tan eficaz. No se cree todavía que haya podido conversar con el premio Nobel americano. Él también es científico, aunque de otra rama, pero los avatares de la vida le han encerrado en un despacho en vez de en un laboratorio. Un atisbo de duda, de remordimiento ante el camino elegido ronda su cabeza, pero lo aparta inmediatamente y decide continuar con la ronda de llamadas.

El siguiente en la lista es el francés Jules A. Hoffmann, repite el discurso tantas veces ensayado, y salvo algún error de pronunciación con el idioma todo sale del modo previsto, a la perfección. De nuevo un descanso tras la segunda conversación telefónica y al fin, el último de los premiados, el doctor Ralph M. Steinman. Johan piensa: uy! canadiense, ¿y esta vez, en inglés o en francés? Pues hablaré en inglés y que sea lo que tenga que ser. Pero esta vez sucede que la voz del otro lado suena diferente,a la secretaria no se le nota el tono de voz que intenta reprimir la inmensa algería de recibir el máximo galardón que se puede lograr como investigador, mas bien suena triste y oscura.

La respuesta cae sobre Johan como una bomba, el doctor Steinman ha fallecido hace a penas tres días. ¿Y ahora que puede hacer? La dirección de la Fundación lo tiene muy claro, los premios no se dan a título póstumo. ¿Qué le puede decir a la secretaria? A buen seguro ella lo sabe tan bien como él. Los nervios que se habían calmado le aprietan ahora con el triple de fuerza, parece como si el estómago le fuera a estallar, pero hace de tripas corazón y sin pensar le suelta a su interlocutora: - No se preocupe, el premio se ha fallado cuando él todavía estaba vivo, así pues, legítimamente es suyo -

Ni siquiera sabe si lo que ha dicho es cierto, pero tras unas cuantas consultas le confirman que el consejo ha confirmado dicha afirmación, el premio será por primera vez adjudicado a título póstumo al doctor Steinman. Con eso se queda más tranquilo y se recuesta en la silla con las palmas de las manos en la nuca. Permanece así por unos minutos y trata de analizar lo ocurrido. Solamente llega a una conclusión: ¡Qué ironía! Un hombre de 68 años, que ha pasado más de media vida partiéndose el pecho en el mundo de la investigación, viviendo más en el laboratorio que en su casa, buscando proyectos para darle prestigio a su equipo de trabajo y logrando grandes avances a menudo poco reconocidos. Y cuando por fin le van a confirmar que su trabajo a lo largo de esos años es importantísimo para la ciencia médica va y se muere sin saberlo, sin recibir el homenaje del Nobel, la satisfacción del trabajo bien hecho, nada, a cambio, sólo la muerte.

Ante tal conclusión Johan se siente agraciado por el don de la vida, se levanta de la silla y decide tomarse el resto del día libre. Quizá nunca vuelva a su despacho.

Le va que ni pintada: http://www.youtube.com/watch?v=Jne9t8sHpUc&ob=av2e

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