viernes, octubre 14, 2011

De ruta en ruta

La ruta que parecía incialmente sencilla se ha convertido en una travesía intrincada y penosa. Las zarzas se han adueñado de la senda por la que camino, que por otro lado no es más que un hilo de tierra lleno de huellas de jabalí entre la hierba seca. Los socavones al pie de las escobas no ayudan a hacer más sencillo el recorrido y el tobillo izquierdo sufre gravemente al meterme en uno de ellos. La tarde cae y la incertidumbre de alcanzar el pueblo antes de anochecer atenaza mis pensamientos y casi los domina por completo impidiéndome ver la luz al final del túnel, pero al final me hago con las riendas y cuando me siento a refrescarme en la fuente, el agua que corre por la nuca me alivia y destensa.

Tras el viaje, cansado, arribo a casa. La ducha se hace imprescindible ante la mezcla de sudor y polvo del camino. Bajo el chorro de agua caliente pienso en lo fácil que hubiera sido invitarme a la cena, pero mis compañeros se refugian en la triste excusa de que lo que se ha previsto es reunirse por departamentos en diversos restaurantes de la ciudad. Mi departamento no se reúne, y lo entiendo, gente mayor con críos y demás compromisos a los que sumar el habitual pasotismo de quien ya está de vuelta de todo.

Ceno solo, el encabronamiento me cierra el estómago y a duras penas soy capaz de tragarme un yogur y una manzana. Reviso mentalmente la tarea a realizar al día siguiente que es festivo y enciendo la televisión con la clara intención de apagar mi cerebro hasta que me vaya a acostar. Justo en ese instante suena el teléfono, es mi amigo Juanga. Sorprendido, ya que se encuentra destinado lejos de mi lugar de trabajo, respondo y me cuenta que está en Ponferrada y que me espera para tomar unos vinos.

Sin dudar, me cambio y salgo pitando al centro. Está con unos amigos suyos, pero rápidamente me integran en el grupo. Se esfuerzan por mantenerme dentro de sus conversaciones e incluso se interesan por mi estado laboral y anímico. Pienso: - ¿tan difícil es ser amable?, solo hace unos minutos que les he conocido y ya me encuentro más a gusto con ellos que con mis propios compañeros de trabajo ¡manda huevos!

Tras un par de tintos me cuentan que van a celebrar el día de la hispanidad con una ruta: - Mañana vamos a subir a la Peña Ubiña, ¿te apuntas?. A las 9 quedamos donde te venga bien -
Pues a ver dejádme pensar...uhmmm...mañana me voy a pasar el día limpiando, cocinando y seguramente aproveche para estudiar un poquito, preparar alguna sesión de clase y saldré a correr, así que...¿dónde decíais que nos vemos a las 9?

Ni que decir tiene que coronamos la Ubiña Grande, pese a la resaca de algunos de los participantes. Disfrutamos de un día de montaña espectacular, de las hermosas vistas desde la cima, de la satisfacción del reto conseguido y por supuesto, de las cervezas que culminaron la ruta en el bar de Torrebarrio. Allí echamos el ancla por un rato, sacamos embutido, empanada de carne y gozamos con una conversación animada en la que hubo risotadas y jarana por doquier. Y no sólo eso, el que suscribe se quedó embobado durante un rato observando como personas a las que acababa de conocer podían hacerle sentir tan bien con el simple hecho de estar allí. Esas personas, sin saberlo, habían transformado un día que se presentaba como una trampa temporal de encabronamiento mezclado con amargor, en una auténtica delicia.

Desde ésta humilde bitácora sólo me queda darles las gracias más sinceras que se puedan dar.

Y como la ocasión lo merece, un poco de flamenquillo:http://www.youtube.com/watch?v=tgj1WmXp5h0

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