domingo, septiembre 25, 2011

Retales de una vida

Llega el viernes y tras una semana de hastío ponferradino vuelvo a casa con la batería corporal cargada al máximo de energía debido a la inactividad. No es que haya estado parado, los primeros días en un sitio nuevo siempre son bastante movidos, no solo en el plano laboral con la adaptación a un nuevo centro, sino también con el deseo de poner tu vida extraprofesional a tu gusto. Buscar una estabilidad...como decirlo...una rutina a la que acostumbrarse se convierte estos días en una odisea: tratar de que te acepten en la escuela de oficial de idiomas, encontrar un gimnasio acorde a tus necesidades, lograr que una tarifa de internet y teléfono fijo te salga económica e incluso aventurarte en el mundo de las clases de baile. Lo peor de todo es que haces de todo sin hacer de nada y vuelves a casa con la sensación de haber perdido la tarde.

Por otro lado, tras la exhaustiva búsqueda de recursos a los que aferrarte para mantener tu mente ocupada, esperas poder socializar de alguna manera con tus compañeros, pero esto se vuelve una misión imposible cuando te encuentras con que ninguno tiene la más mínima intención de relacionarse fuera de las cuatro paredes del instituto. Con todo ello, como digo, deseas que llegue el viernes para ver a tus amigos, y más si encima te encuentras con la expectativa de salir al monte en su compañía.

Han perdido algo de fondo físico así que me solicitan que la ruta no sea demasiado dura. Rebusco entre mis cajones y encuentro una perfectamente adaptada a sus necesidades: la ruta de la tierra de Ordás. El camino es circular y transcurre por los pueblos de Santa María de Ordás (inicio y fin), Villapodambre, Formigones y Callejo de Ordás. Catorce kilómetros en los que a penas existen desniveles, fácilmente paseables y disfrutables. Una tierra que se podría asociar al piedemonte de la Cordillera Cantábrica y en la que encinas y robles melojos se reparten el pastel de la vegetación arbórea prácticamente al cincuenta por ciento. En la que la historia se hace patente con la majestuosa torre defensiva de Ordás que ha visto de primera mano las leyendas de los señores de Quiñones y de Omaña.

No en vano, esa memoria despierta en mí otra mucho más reciente, por supuesto, pero que permanecía cubierta por una gran capa de polvo en los archivos de mi cerebro. Recorriendo los caminos que el mismísimo Don Suero de Quiñones recorrió recuerdo que le homenajeamos a él y a otros ilustres señores hace ya unos años con una ruta medieval. Por aquel entonces yo era un criajo de 18 años y salía con la primera novia seria que tuve, pero mis amigos, los de siempre, ya estaban ahí. Nos propusieron hacer una ruta en la que iríamos disfrazados de monjes, moros y campesinos, haríamos varias paradas en las que se representarían algunas de las leyendas más importantes de la zona y comeríamos una caldereta de cordero a la salud de los paisanos del pueblo que amablemente cocinarían para nosotros.

Los recuerdos son fantásticos, las risas al vernos disfrazados, las bromas con los que les tocó ir de moros/inmigrantes, la inocencia del primer noviazgo...en fin, que a la dulzura del presente, de caminar en compañía de grandes amigos se sumaba la de los recuerdos. Y no solo esos, al llegar al pequeño pueblo de Villapodambre, otros más recientes aparecen en mi mente, los de la casa de Massarín en la que pasamos un fin de semana de septiembre para despedir al verano y a los campamentos. Un fin de semana en el que fumamos narguile, disfrutamos de la compañía de grandes como Diegor, Moni o Silvia por nombrar algunos y por supuesto, no lo olvido, ante la escasez de agua, inventamos el pollo a la cerveza.

En resumen, un viernes de proyectar ruta y un sábado de disfrutarla con mis amigos, los que están presentes y los que no estando permanecen en mi memoria.

http://www.youtube.com/watch?v=5c_RFNNJXAY&feature=related

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