sábado, noviembre 14, 2009

Rémoras y garcillas

Cuenta una historia que tal día como un martes, a eso de las doce de la mañana, un profesor aprovechó los minutos del recreo para tomar un café que le ayudara a despejar las neuronas. Tras unas horas dando clase y hablando sin parar de ácidos nucléicos, digestiones enzimáticas y rocas corneanas los impulsos nerviosos que éstas debian conducir comenzaban a tomar rutas equivocadas provocándole una tremenda sensación de agobio. Durante unos minutos incluso pensó que estaba impartiendo aquellas lecciones sin ningún criterio y por momentos, al mirar la niebla caer sobre los pinos, imaginó que sus palabras se derramaban en los cerebros de sus alumnos al igual que lo hacían aquellas nubes en el monte.

Subió el profesor a su aula sin demasiado convencimiento, el tema que tenía que tratar a continuación no era precisamente motivador para él, puesto que el estudio de las relaciones interespecíficas que se establecen entre los seres vivos le parecía demasiado sencillo, hasta repetitivo, para sus alumnos de bachillerato. Comenzó con la competencia y la definición de nicho ecológico y mientras hablaba, una idea asaltó su cabeza. El año de su debut en la docencia había sido muy académico y había explicado estos asuntos punto por punto, y dejando las cosas muy claras para que no hubiera lugar a equívocos. Pero esta vez no estaba por la labor, le resultaba tedioso encontrase ante una pared formada por individuos resignados a escucharle parlamentar, así que esta vez les tocaría a ellos.
En el siguiente punto no tuvo ningún problema, la relación depredador-presa es bien conocida por todos, pero al preguntar acerca de otras relaciones menos frecuentes como el mutualismo o el comensalismo se llevó una sorpresa. La metodología a seguir fue la siguiente: poner un ejemplo de cada una de ellas y a partir de él, que sus chicos analizasen el beneficio o perjuicio derivado de la unión de ambas especies. Lo que le llevó a su estado de asombro fue comprobar que lo que el profesor había dado por supuesto, es decir, los ejemplos con los que ilustrar las relaciones, no era tal, y sus alumnos ni siquiera habían oído hablar de ellos.

Con todo esto, el profesor se vió dibujando rémoras con sus manos, tratando de ejemplificar como viajan gratis gracias a los tiburones a los que se pegan como lapas, y no sólo eso, si no también cómo los escualos les proporcionan alimento con los restos que a ellos les sobran. Las garcillas bueyeras también fueron pintadas en el aire, para más tarde posarse sobre búfalos de agua y rinocerontes a los que deparasitaron, obteniendo así un beneficio mutuo ambos individuos.

Por un momento el profesor se vió llevando a sus alumnos a través de la imaginación a las profundidades marinas, a la sabana africana y las zonas pantanosas de la India, al igual que el buen maestro de la película "La lengua de las mariposas" llevaba a los suyos al río para mostrarles los secretos de la naturaleza. Esos instantes fueron casi mágicos para el profesor, duraron a penas unos minutos, pero valieron tanto la pena que hasta la niebla pareció disiparse dejando ver la hermosura del pinar.

1 comentario:

Lia dijo...

Wenas!! Tu trabajo es díficil y no recibe el reconocimiento que debería. Reconozco que cuando estaba en el instituto no me gustaba mucho pasar las horas en clase. Ahora me tomo las clases de otra manera, con más interés. Supongo que es algo propio de la edad, pero debería cambiar, puesto que la educación es un privilegio enorme que tenemos.
Me gusta la gente que disfruta en su trabajo. Siempre habrá momentos en que te parezca algo inutil, pero creéme que no es así, siempre habrá quién aprecie tu labor.
Saludos!!