lunes, noviembre 30, 2009

Fábula de Gabriela y Cecilia

Gabriela cuenta con apenas ocho meses y está en el ecuador de su vida. Es una joven hembra de ratón de campo que camina pensativa entre las hierbas que crecen al pie de las jaras, jaras que inundan con sus aromas el paisaje del monte bajo extremeño. Sus quehaceres diarios no van más allá de atiborrarse de todo brote nuevo que se encuentra a su paso, y cuando se topa con alguna bellota de las encinas circundantes se siente como si hubiera hallado un tesoro. Disfruta con lo que la vida le depara y se siente agusto consigo misma.

Sigue con su paseo a la par que la otoñada empieza a sentirse en el aire fresco de la tarde. Mientras disfruta de las semillas del trébol que ha madurado en un pequeño claro siente un pinchazo en el muslo derecho. Parece un tirón muscular, un calambre que no le impide seguir con su paseo. Poco a poco la pata le empieza a fallar, sufre espasmos y no responde al movimiento. Gabriela no entiende nada, el caso es que no le duele, pero el caminar empieza a ser muy complicado. De pronto otro espasmo, esta vez más fuerte, estremece su cuerpo y todo su tren inferior se paraliza, arrastra dificultosamente las patas hasta que ya no puede más y se detiene.

Sigue sin comprender nada cuando todos sus cabos se atan de repente al ver aparecer a Cecilia. Ahora lo entiende todo, esa víbora hocicuda que repta tranquila hacia ella le ha inoculado su veneno paralizante. Ni siquiera se había dado cuenta de su presencia antes en el claro, no recuerda el momento del ataque, aunque si que se dibuja claramente en su mente la imagen de aquella roca que estaba al lado del trébol. Claro tenía que ser ella!! Gabriela se sabe perdida y Cecilia se siente triunfadora, solamente ha tenido que esperar a que el veneno haga efecto y seguir el rastro oloroso del ratón moribundo a sabiendas de que no podría ir muy lejos.

Las fauces de la vívora se abren y comienzan a engullir a Gabriela empezando por los cuartos traseros. La ratona, aunque paralizada, todavía sigue consciente y asiste impotente a su propio ocaso. Sus saltones ojos se le salen de las cuencas mientras su cola ya avanza por el esófago del ofidio. Contempla por última vez el hábitat en el que ha crecido e increíblemente se siente relajada y satisfecha. Poco a poco la vista se le nubla, justo antes de que la vívora cierre sus mandíbulas. Ha llegado el final.

Gabriela sabía que se exponía a que le sucediera algo así al salir al monte, pero no podía vivir eternamente en su madriguera, no concebía una vida en la que la preocupación dominara sus días, eso no era vivir le decía a sus compañeros. A menudo nos asaltan pensamientos similares en muchos ámitos de nuestras vidas y siempre va a haber vívoras al acecho, pero debemos valorar cómo queremos vivir, lo importante es que al echar esa última mirada nos sintamos satisfechos de nuestras vivencias.
Un poco de aire escocés:

1 comentario:

Desde la sombra dijo...

Buena metáfora sobre el miedo y la valentía de afrontarlo aunque la vida se vaya en ello. Me recuerda a historias que me contaban de pequeña.
Y al igual que el ratón de tu historia, las personas también tenemos la opción de elegir entre seguir teniendo miedo, o salir al mundo con todas las consecuencias e intentando saltar todos los obstáculos.
Un saludo.