martes, marzo 03, 2009

Etología de instituto

Se levantó algo nervioso, el timbre acababa de sonar y su cuerpo, invadido por las hormonas, le pedía a gritos salir de aquella horrible jaula en la que se encerraba todos los días por propia voluntad. Sus músculos, tensionados ante la espectativa de la huída; su cerebro recogiendo información a duras penas más ocupado en disipar la neblina que cubría el córtex emocional; los órganos de los sentidos deslumbrados ante la idea de la visión angelical y embriagados por el aroma de una niña convertida ya en mujer. Era un animal dispuesto a todo.

Al fin en el pasillo se apoyó en la pared intentando disimular su ansiedad, pero su pierna derecha doblada y la inmensa tensión que esta postura generaba en el cuadriceps le delataban. Masticaba chicle de forma enfermiza tratando de aliviar el manojo de nervios que obliteraban su estómago, sin darse cuenta de que lo único que conseguía era tensionar los maseteros y con ello incrementar el dolor punzante que sentía en las sienes. Al igual que un depredador espera impaciente que aparezca su presa favorita por su territorio, él la esperaba a ella. Pero no era ningún depredador, ni mucho menos, como mucho un león sin valentía como el del cuento de "El Mago de Oz"

Tras unos interminables minutos, ella cruzó la puerta de acceso al pasillo donde se encontraba el aula de informática. Cómo un buen cazador, él había estudiado las costumbres de la causante de sus ansias y sabía que tarde o temprano pasaría por allí. Ella avanzó a través de la maraña de cuerpos incandescentes por la potencia de los calefactores que trataban de contrarrestar la dureza invernal y se paró delante de él en un acto de lucimiento orgulloso y altivo. Le sonrió y le saludó a sabiendas de que con quien se enfrentaba no era ningún gran felino, si no más bien un gatito domesticado. Demasiada carne para tan poco colmillo pensó.

Después de que la sangre de su cabeza se concentrara en la parte superficial de la piel de su cara, realizando una vasodilatación exagerada y tiñendo de color carmesí sus mofletes, no pudo más que balbucear algo parecido a un saludo, o algo así, lo cierto es que no se oyó demasiado bien entre el alboroto del pasillo. La vergüenza se adueñó de su cuerpo y fue secundada por un par de competidores que se mofaron de él ante tan cruel derrota incrementando el tono de voz para que todos los animales del pasillo lo oyeran.

La derrota de quien no hace nada por caer derrotado es más derrota que la del que intenta no salir derrotado, y acude a la contienda como un valiente, con todas las armas de las que dispone, aunque sean pocas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

GUAU

bersuit siempre manda :)

Un beso mi clown!!


Ana B-)