martes, marzo 10, 2009

Aves de paso

Situación anticiclónica en el país, temperaturas suaves para la época del año en la que estamos (en torno a 16 grados a mediodía), cabeza embotada tras la correción de exámenes y tarde dominical despejada, sin ningún plan a la vista. Así me encontraba este domingo mientras que, asomado a la ventana del piso que tengo alquilado en Aranda, tomaba un café y observaba la luminosidad del día reflejada en las ventanas del edificio de enfrente.

Ante tal prespectiva surgió una idea, salir a dar un paseo por el monte. Algo que en León no me hubiera supuesto ningún problema puesto que conozco bastante bien el norte de la provincia y sólamente hubiera tenido que calzarme las botas y salir pitando. Sin embargo, aquí tuve que sopesar las horas de luz, mi capacidad de orientación y el escaso conocimiento del territorio. Pero las ganas pudieron más que las dudas y, armado con mis prismáticos y una guía de rutas de pequeño recorrido de la ribera burgalesa que me ha regalado una buena amiga hace poco, decidí salir a dar una vuelta.

A escasos seis kilómetros de Aranda hay un pueblo llamado Villalba en el que, según la susodicha guía, hay una ruta que tiene todos los alicientes para pasearla y disfrutarla. La senda, tras atravesar los campos de cultivo aledaños a la población y una pequeña mata de coscojas, se adentra en un carrascal relativamente bien conservado en el que el aroma de los pinos inunda el ambiente, incluso por encima del fuerte olor que desprende una granja de cerdos que no debe andar muy lejos.

Al cabo de un rato caminando la ruta gira a la derecha en dirección suroeste dejándo atrás los olores arrastrados por el viento en dirección opuesta, y dándose de bruces con una serie de lagunas artificiales, que son el resultado de antiguas graveras abandonadas e inundadas a posteriori debido, en gran parte, a que el nivel freático se hace casi superficial. Allí han encontrado asiento algunas aves acuáticas como fochas, ánades azulones y zampullines. Incluso dicen que si se tiene paciencia se puede observar al escurridizo avetorillo común, pero esta vez no hubo suerte para mí.

Cuando ya me iba a ir a casa, con un sabor agridulce por no haber visto ningún pájaro interesante un ruido extraño me hizo elevar la vista hacia el azul del cielo, y allí las encontré. Un bando de 14 grullas volaba en dirección oeste cumpliendo un año más con el ritual de la migración de regreso a sus zonas de cría en el norte de Europa. Nunca antes me había topado con esta majestuosa ave y gracias a ella el sabor de la tarde se tornó dulce y meloso como un buen pastel de chocolate.

De camino a casa una sensación de satisfacción me invadió al haber superado al tedio y a la pereza. La tarde había merecido la pena, vaya que sí!


Aves de paso

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