lunes, diciembre 15, 2008

Cartas al director

Hay momentos en la vida en los que los problemas se desvanecen, en los que todas las preocupaciones que pueden golpear tu mente simplemente deciden largarse a tomar vientos y por un ratito rozas la felicidad, o al menos, algo que se le parece.
Como os comenté en mi entrada anterior, el fin de semana pasado tuve unos cuantos de esos momentos en mi viaje a tierras sureñas. Y es que rodeado de amigos, disfrutando de los placeres culinarios mientras contemplábamos la belleza de Sevilla y de las mujeres andaluzas, mucho se tenía que torcer la cosa para que de aquel instante no surgiera algo magnífico. Pero no quedó ahí la cosa, a lo largo de esta semana he tenido otra oportunidad de disfrutar de la vida como alguien al que parece que se le va a terminar el tiempo al día siguiente.

Como sabéis trabajo de profesor de secundaria y lo hago desde el puesto de sustituto. Lo bueno es que mis alumnos no saben de mi condición eventual puesto que comencé mi labor docente con el inicio del curso. Para ellos soy su profesor de Ciencias, o al menos lo era hasta este martes. Resulta, no sé como todavía, que mis alumnos y sobre todo mis alumnas de 4º de la ESO se enteraron de que se me acababa la baja en Navidad, y que era muy posible que tras las fiestas no volviera a darles clase. Pues bien, ni cortas ni perezosas decidieron, en su bendita inocencia, escribir una carta al director con el fin de que éste hiciera lo posible para que yo continuase siendo su profesor. Los argumentos que esgrimían eran que, al parecer, yo me explico bien y me entienden, que están descubriendo nuevos alicientes en la materia y que yo era un profesor cercano capaz de mantener la disciplina cuando había que hacerlo.

No sabéis lo que disfruté cuando el director en persona me llamó a su despacho y me mostró la misiva que le habían dirigido. Algo se removió en mi interior, aquellas personitas, a las que siempre procuro tratar de tú a tú, me habían dado en toda la patata, y habían conseguido alcanzar mi alma y colmarla de alegría. Lo malo llegó cuando les expliqué que el director no podía hacer nada para que yo me quedase, que no dependía de él. Con una lágrima en los ojos y un tono que sonaba a despedida les dije que yo estaría encantado de darles clase durante todo el curso, que eran los alumnos y alumnas que todo profesor querría tener.
En ese momento mi alumna favorita (todos tenemos una, y el que diga lo contrario miente) se acercó a mí y le di las gracias personalmente, ya que fue ella la que escribió la carta (su letra es inconfundible y hermosa) Ella me dijo que no había servido para nada y yo le dije que sí, que había servido para alegrar a un profesor novato y para subirle la autoestima hasta niveles insospechados. En ese momento nos miramos, ella sonrió y no pude evitar darle un pequeño abrazo, pese a que esto está mal visto en la comunidad educativa. En ese momento pude rozar con la punta de los dedos eso que algunos llaman felicidad.

Ahora un rayo de esperanza entra por la ventana, al igual que lo hacen los rayos de este sol de invierno que se escabullen entre las nubes para colarse en mi habitación. Quizá el día 8 de enero vuelva a este instituto arandino o quizá no, pero lo que es seguro es que en mi corazón quedará grabado ese momento vivido. Y por su puesto, en mi carpeta quedará guardada como oro en paño la carta que me iluminó el alma y me elevó el espiritu.







2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aqui encontrarás muchos autores, que como a nosotros nos ha picado el bicho de escribir:

http://www.yoescribo.com/publica/comunidad/autor.aspx?cod=75664


Besitos

Laura

Anónimo dijo...

http://es.youtube.com/watch?v=eUwTdqPkluY&feature=related