domingo, octubre 23, 2016

Mis carapijos



Cuando llegaron a mis manos no sólo me hizo ilusión el hecho de tener unos carapijos nuevos y del color que más me gusta. Habían recorrido, procedentes de Almería, nada menos que mil kilómetros gracias al esmero que mi hermana había dedicado en su busca por las calles y mercados de la que hubiera sido última frontera del reino de León allá por el 1147. 

Al abrir la caja y probármelos para ver que la talla era la correcta los recuerdos invadieron mi mente. Siempre he gastado este tipo de calzado y ya no consigo acordarme de cuantos pares he destrozado por el uso, la lluvia o el barro. Probablemente más de uno al año cuando era un canijo. Recordé aquellos años en la escuela cuando mi madre me ponía guapo los días que no tocaba gimnasia. Los pantalones de pana en invierno y los calcetines gordos para no pasar frío en los pies, y por su puesto una camisa y un jersey. Ay! los carapijos, el hecho de llevarlos puestos hacía que sintiera que aquellos días eran especiales.

Resultado de imagen de carapijosEl segundo par que recuerdo me retrotrae a la época en la que iba al instituto (aunque como digo seguramente fuera más de uno). Por aquel entonces yo jugaba a balonmano y entrenaba a diario, por lo tanto tenía que vestir chándal todos los días y acabé aborreciendo aquella prenda. Así pues ir con vaqueros y mis carapijos a clase suponía una especie de liberación, como si sólo de esa manera pudiera expresar quien era y quien quería ser. De forma secundaria en mi juvenil cerebro aparecían las imágenes de revolucionarios socialistas que querían el poder del pueblo y para el pueblo calzados con este tipo de botas, y me sentía como uno más en aquellas reivindicaciones. La adolescencia, bendita y dura época de ideales y golpes que los desmoronan.

El último recuerdo que tengo de ellos me lleva a la facultad. Quizá por la cercanía en el tiempo el recuerdo es muy nítido. Tenía que presentar un trabajo sobre neanderthales del cual dependía la nota de la asignatura de Etología, ya que el profesor había decidido no hacer un examen escrito y evaluarnos en función de nuestra capacidad de oratoria y síntesis. Aún recuerdo los nervios que recorrían mi cuerpo y hacían que me temblasen las piernas. Sin embargo, con las transparencias de acetato bajo el brazo, mi camisa de pana y los carapijos sabía que todo iba a salir bien.

Resultado de imagen de acetate transparencyTras la presentación una amiga se me acercó y me dijo que le había encantado la presentación y que además con esas pintas parecía un profesor de verdad. La nota era lo de menos, aquellas palabras quedaron grabadas a fuego en mi alma y quizá fueron la materia con la que empecé a forjar mi futuro como profesor. A ella le agradezco sus palabras, aunque probablemente ni se acuerde. Como ves, yo sí lo hago.

El último par lo jubilo hoy, las suelas están tan desgastadas que al pisar puedo notar el entramado de goma que les da estructura y sostén. Éstas son muy especiales y por eso tenía que dedicarles una entrada en esta humilde bitácora. Me han acompañado estos dos últimos años en todo tipo de peripecias, desde el maravilloso curso que pasé en Aranda de Duero (con sus altos y sus bajos, pero maravilloso al fin y al cabo), al tremendamente exasperante curso pasado en Valladolid, pero sobre todo, el homenaje va por servirme como amuleto en el trance de la oposición. 

Todos los días, en todas las pruebas que tuve que ir superando, y pese a los calores del julio palentino, me acompañaron como un amigo fiel. Con ellos me sentía cómodo, pisaba con energía y confianza, y hasta me creía aquellas palabras de la amiga de la facultad: "con esas pintas pareces un profesor de verdad". Ni que decir tiene que todo fue bien y al fin lo conseguí, ya no solo lo parezco, si no que lo soy! 

1 comentario:

Unknown dijo...

Enhorabuena PROFE:"Oh capitán mi capitán",un besin muy grande.