sábado, abril 14, 2012

Prometeo reinterpretado

Siempre me ha gustado la mitología y esta historia en particular, pero últimamente le he encontrado un nuevo significado. 

Cuenta la leyenda mitológica que Prometeo, hijo de Jápeto y Asia, ridiculizó a Zeus y éste enfadado por haber caído en el engaño decidió retirar el fuego de la Tierra dejando a los hombres solos ante el frío y las enfermedades. Prometeo que no temía a los dioses subió al monte Olimpo y robó el fuego del carro de Helios para devolvérselo a los seres humanos. Así este Titán se convirtió en nuestro gran amigo.

Zeus se vengó de la humanidad enviando a Pandora, la cual, insensata ella, abrió la caja que contenía todas las desgracias del mundo. Pero no se olvidó de las afrentas de Prometeo y con él se ensañó de manera especial. Fue encadenado de pies y manos y llevado al Caúcaso, allí el rey de los dioses envió un águila para que comiera el hígado del Titán. Al ser éste inmortal, su hígado volvía a regenerarse cada día y, cada mañana volvía la rapaz para devorarlo.

El castigo debía durar toda la eternidad, pero al cabo de un tiempo, Prometeo fue liberado por Heracles que con una de sus flechas mató al águila. Al ser Heracles hijo de Zeus, éste permitió la liberación del titán a fin de lograr mayor gloria para su vástago. Sin embargo, Prometeo debía llevar para siempre, y como castigo definitivo, un anillo atado en su muñeca con un trozo de la roca a la que fue encadenado.

Lo que no sabemos, y la historia tampoco lo cuenta, es lo que hacen los humanos con el fuego. Unos lo aprovechan para calentarse, cocinar, y vivir bien, pero otros lo utilizan para forjar armas con las que matar a otros humanos. Y al igual que Prometeo, a veces robamos del monte Olimpo que somos nosotros mismos  el fuego para dárselo a algún humano, sin saber lo que va a hacer con él. 

No hace falta ningún dios porque el castigo viene implícito, al igual que Prometeo nos vemos encadenados, pero en vez de a una roca, a una persona. Lo cual en principio no debería ser problemático, bendito castigo, pensaréis algunos, se convierte en un problema que radica en que somos nosostros los que nos vemos encadenados. De nuevo no contamos con lo que va a hacer esa persona con tal apresamiento. Así cuando, con el hígado más o menos maltratado porque el nuestro, pobres humanos, no se regenera como el de los titanes, nos vemos liberados el castigo continúa y esta vez sí que es eterno.

Ya no hay fuego en nuestro interior, el Olimpo está cubierto de hielo, las mariposas no revolotean  y multitud de carámbanos cuelgan de los árboles. Como reminiscencia de nuestra triste historia nos queda una pulsera con la que arrastramos  un trozo de la roca a la que fuimos atados, es decir, de la persona a la que entregamos nuestro fuego y de la que ya no podremos liberarnos jamás.

No hay comentarios: