sábado, julio 27, 2019

Una de aves tinerfeñas

Allá donde los vientos alisios se encuentran con la montañosa isla de Tenerife se encuentra una de las joyas botánicas de nuestro país, la laurisilva. Entrar en el bosque de Anaga es como adentrarse en un lugar mágico donde tocar las nubes con las manos y sentir la humedad en la cara, olvidarse de los calores del sur y disfrutar de la naturaleza en un entorno apabullante.

Cuando camino por una de sus múltiples rutas de senderismo percibo la riqueza del paisaje preñado de especies endémicas, exclusivas de esta isla. Y es que este tipo de masa forestal es única en el mundo. Un bosque fósil, superviviente de las glaciaciones que tuvieron lugar en el hemisferio norte hace 2,5 millones de años y, como si de una novela de Julio Verne se tratase, evolucionando y desarrollandose en aisalmiento insular obligado.
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A los naranjeros salvajes, las fayas o los viñátigos se unen otras muchas especies animales entre las cuales destacan los insectos. Aunque como buen pajarero que soy voy en busca de la rabiche y la turqué, dos especies de palomas únicas de las Islas Canarias. Sin embargo, tras varios kilómetros de caminata no logro ver ninguna de las dos (aunque si que escucho a la segunda) Logro identificar, eso sí, pinzones comunes y peitrrojos que son subespecies isleñas y otro raro endemismo, el herrerillo canario. Incluso me sorprendo al comprobar como los vencejos unicolores me rozan el sombrero mientras vuelan a velocidades increíbles en busca de algo que llevarse a la boca.
Aunque no he visto a las palomas me voy de la laurisilva con un buen saldo de aves que anotar en mi cuaderno de campo y con mucha información privilegiada que uno de los trabajadores del Parque Rural de Anaga, pajarero como yo, me ha proporcionado para seguir haciendo salidas ornitológicas en la isla.

En el sur todo parece invadido por el turismo. Macrohoteles en los que los guiris se ceban durante todo el día sin siquiera pisar la playa. No hablemos de hacer una pequeña ruta por la Zona de Especial Protección para las Aves Rasca-Guaza. Y casi mejor, que ellos se queden en sus colmenas de guiris, mientras yo camino por uno de los cardonales-tabaibales mejor conservados de Europa en busca de más aves. Al poco de iniciar el sendero que me lleva al faro de Rasca veo al primer alcaudón real que vendrá seguido de una ristra de pajarillos como abubillas, cernícalos y gorriones morunos, todos ellos muy comunes, pero también otros que son muy complejos de ver en la península como la curruca tomillera o imposibles, ya que son endemismos, como el bisbita caminero.

En un rastreo del horizonte diviso una rapaz a lo lejos que me es familiar. Parece un halcón peregrino pero la cabeza se me hace algo más rojiza. Es entonces cuando recuerdo lo que me comentó Rayco, el pajarero de Anaga. Hay un halcón que es exclusivo de las islas y del norte de África, muy parecido al peregrino (de hecho se considera una subespecie del mismo) que se llama halcón tagarote. Son muy escasas las parejas nidificantes en la isla y verlo es muy complicado, pero yo tuve esa enorme suerte. Pensando en ello, llego al faro de Rasca, y allí sentado a la sombra saboreo la nectarina que me he traido y pienso que quiza nunca me haya sabido mejor una fruta. Ya solo me faltaría el guincho, que es como llaman por aquí al águila pescadora, pero ésta no se decidió a aparecer.
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Aún habiendo visto todas estas aves, como soy un ansias, necesitaba ver dos de los emblemas de Tenerife, el canario salvaje y por supuesto la especie bandera de la isla, el pinzón azul del Teide. Así pues, una vez embriagado de los aires del volcán, que de hecho constituye la cima más alta de España, detengo el coche en un punto de la carretera que baja a la población de Chío, donde Rayco me había recomendado que parase. Es un bosque de pino canario perfectamente conservado en el cual me siento directamente a la sombra esperando que la diosa fortuna me sonría. Hay una pequeña fuente a unos diez metros de donde estoy sentado y en unos minutos aparecen tanto el pinzón como el canario. Casi no tengo ni que utilizar los prismáticos ya que están muy cerca y puedo contemplarlos con toda la calma de mundo. En ese momento mi sonrisa de tonto debía de ser digna de foto, y es que estoy emocionado de verdad, casi con lágrimas de felicidad en los ojos ante lo que veo.

Pocos entenderán esta emoción, pero es lo que tiene ser pajarero y no un turista más.

Gracias Rayco, volveré en busca de las palomas y del guincho.

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