jueves, agosto 03, 2017

La Tumba de la Muerte de Ur

Resultado de imagen de puabiCuentan que le llevó varios años localizar con exactitud el lugar del enterramiento. Su obsesión con Ur era tan absorbente que a penas comía lo justo para mantener en pie su pequeño cuerpo. El arte funerario de Mesopotamia y la posibilidad de encontrar evidencias del mito del diluvio del que hablaban las tradiciones sumeria y semita alimentaban su espíritu. Pero sin duda fue aquel día, aquel en el que comenzaron las excavaciones de lo que serían las Tumbas Reales de Ur cuando la emoción le embargó por completo.

El primer cuerpo que fue desenterrado corroboró que aquella era una tumba destinada a personas de la alta sociedad. Era una mujer y lo primero que aparecíó fue la cabeza que presentaba un elaborado tocado, pendientes de oro y un collar hecho también de este metal precioso. Poco a poco fue dibujándose la silueta, tumbada de costado y casi en posición fetal, vestía ropas decoradas con abalorios de lapislázuli.
 
A medida que la excavación avanzaba iban apareciendo cuerpos, todos de mujeres y ricamente decorados, todos puestos en la misma posición y ordenados en filas, así hasta un total de 68. Excepto cuatro de ellas que se encontraban en el centro y, aunque no portaban tan ricas alhajas, sostenían instrumentos musicales como una preciosa lira de plata que estaba perfectamente conservada.

El arqueólogo no podía entender lo que allí había ocurrido, puesto que no había signos de violencia alguna salvo por los seis únicos cuerpos de hombres que parecían soldados o guardianes del recinto ya que portaban sus armas y que estaban situados en uno de los laterales de la estancia. Una de las mujeres destacaba, eso si, sus adornos eran mucho más llamativos. Al lapislázuli se le unía la cornalina y al tocado de la cabeza que contenía motivos vegetales como hojas y flores, tres estrellas que salían de la coronilla de forma prominente. Sería la reina Pu'abi? Parece que no había duda.

Sin embargo, él no debaja de preguntarse, ¿y eso es todo? Tiene que haber algo más, tiene que existir una explicación para esta matanza.
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Un buen día, cuando ya casi se había dado por vencido, en una de las esquinas de la Tumba Real uno de sus ayudantes dió un grito visiblemente entusiasmado ante el hallazgo que acababa de realizar. Eran dos pequeñas estatuas de carneros de oro con todo el cuerpo recubierto de pequeñas piezas de lapislázuli y nácar pulidos que imitaban la lana del animal. Al tacto eran tan suaves que se podía percibir la finura del orfebre que había diseñado aquella pieza de extraordinario valor. El detalle de los ojos que eran dos rubies y la perfección en la talla del hocico, las cejas y las pezuñas indicaban que aquellas figuras eran sumamente importantes y probablemente parte del tesoro real.

Ya por la noche, en la soledad de su tienda de campaña, el arqueólogo miro a los ojos de aquel extraordinario animal dorado. La luz de las velas refulgía roja y vivaz dándole un aspecto casi divino y entonces una idea comenzó a rondarle la cabeza. Poco a poco fue tomando forma y parecía muy plausible. Aquellas mujeres se habían dejado morir, probablemente envenenadas con su propio consentimiento, en un ritual de música, danza y fuego en honor a aquellas extrañas deidades. Un sacrificio ritual, quizá el primero datado en toda la historia. Sí, seguro que fue eso lo que ocurrió. No dejaba de repetírselo para sí, pero en sus adentros seguían apareciendo las imégenes de aquellas marcas en las vértebras cervicales de las que solamente él parecía haberse percatado.



 

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