sábado, marzo 19, 2016

La hormigonera


Ángela despierta, a penas ha dormido un par de horas y la cabeza le da vueltas. Con una sensación de vacío estomacal tremenda observa la botella de whisky en la mesita y un pinchazo en la sien le recuerda que bebió demasiado. Pese a la ligera resaca, la hormigonera se enciende y retoma como un autómata la conversación mental que tuvo consigo misma bajo el edredón nórdico y que le había impedido conciliar el sueño hasta altas horas de la madrugada.

El frío del suelo que nota en sus pies descalzos no impide que se tome su tiempo para buscar en spotify la lista de reproducción y ya de paso revisar el facebook. Suena una canción de Love of Lesbian que en otras circunstancias le animaría, incluso le permitiría evadirse de todo lo ocurrido en los últimos meses por un rato, pero la imagen de la pantalla disfrutando de un de sus viajes le golpea con dureza.

Sabe que debería de ser racional y no darle importancia a aquello que no la tiene, pero necesita desahogarse. Suelta un "qué cabrón!!" que más que un exabrupto, sale de su boca como una mezcla entre alarido y vómito. De nuevo esa sensación, de nuevo desengañada, vacía y hundida mientras él disfruta de las mieles de su viaje a Marruecos, indolente ante cualquier atisbo de dolor. Se le escapa una lágrima y se mete en la ducha, allí no se notan tanto.

De pronto The Hives suenan con potencia en su iphone. Casi se había olvidado de la música, pero ese "Come on" le saca de sus pensamientos y le pone en marcha. Desnuda, frente al espejo, respira hondo y apoyando el meñique elimina el vaho suficiente como para mirarse. El in crescendo de la canción continúa y expele a su reflejo -YA ESTÁ BIEN!!- Respira, se calma y vuelve a inspirar con profundidad. Ahora con una voz más suave se dice - "no puedes seguir así" -. Alentada por su desnudez afirma: - "hoy es un nuevo nacimiento" -

De casa al trabajo y del trabajo a casa. La misma rutina de siempre que adora y odia al mismo tiempo. Para airearse sale a dar una vuelta, a mirar algunas tiendas de ropa, aunque sabe de antemano que no comprará nada. No tiene espíritu para trastear entre las perchas, buscar talla y pensar en combinaciones de colores. Simplemente necesita caminar y sentirse una anónima más en la ciudad, pero en seguida se da cuenta de su error. El boticario está abierto, demasiados recuerdos para siquiera atreverse a asomar la cabeza y escuchar que disco está pinchando hoy el camarero. Se maldice por no entrar - "con lo que me gusta a mí este lugar" - y retoma el camino a casa. 

La noche ha caído y el frío del incipiente invierno soriano empieza a hacerse notar. Se acurruca dentro de su trenca y, con las manos en los bolsillos, agacha la cabeza instintivamente para evitar la pérdida de calor y las miradas de los otros. Al llegar a casa cambia el abrigo por la manta y se envuelve en ella para dejarse caer en el sofá. Enciende la tele para apagar el cerebro, por hoy ha tenido suficiente. En ese momento suena el teléfono y no hace falta mirarlo para saber quien llama. La canción que le había asociado sigue vinculada. Otra vez se enciende la hormigonera, pero no, esta vez no cogerá el teléfono.

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