martes, febrero 08, 2011

Historias de carretera I

Camina despacio el Sol. Comienza la pelea por ganarse su puesto en lo alto y, parece consumir sus energías en esa lucha por encima de emplearlas en calentar la atmósfera. La noche ha sido gélida y la nieve caída hace unos días se resiste a desparecer bajo la espesura del pinar. En las umbrías y cercana a los numerosos regatos que se forman por estas fechas en el monte soriano, colorea de un blanco satinado el paisaje que otrora fuera verde intenso y cubierto de piñas. Mas parece una ilusión que la pura realidad del invierno.

Él también camina despacio y lo hace con la cabeza bien alta. Falta poco para terminar con la estación del sueño y pronto tendrá que demostrar que es uno de los mejores. Camina tranquilo, el pinar en invierno no es un lugar seguro, pero lleva mucho tiempo sin oir ningún ruido salvo el de su propia respiración. Nota como el hielo cruje bajo sus pezuñas y sabe que es un primer atisbo de la primavera que se acerca. Cada día que pasa las horas de luz se van alargando y su naturaleza le pide movimiento.

De todas maneras el alimento escasea en estos lugares, no hay practicamente ningún brote que poder ramonear. Le duele el estómago tanto que piensa que lo que en realidad le aprisiona el vientre es el alma que se le escapa por las costuras. Su esperanza se cimenta en la llegada del tiempo de las flores, cuando la naturaleza le regala sus mejores dones alimenticios. Mientras tanto, se conforma con la poca hierba fresca que encuentra y con algunas acículas tiernas.

La primera llamada de la naturaleza restaña en su cabeza y piensa en marcar su territorio con una escodadura, pero sus cuernas todavía no están plenamente desarrolladas. Lo sabe porque todavía le duelen y además, se ha visto reflejado en el riachuelo. Aquel día, hace a penas un par de semanas, casi no se reconoce a sí mismo. Las tres puntas de su virilidad parecían pequeños alfileres todavía. Sí su hembra le viera así seguramente no le dejaría pasar las horas cálidas de julio junto a ella.

Ay! su hembra. ¡Cuánto la echa de menos! El invierno es más duro cuando se pasa en soledad, aunque en el fondo de su ser sabe de buena tinta que es mejor así. Las hembras se juntan para cuidar de las crías y en esos momentos tan delicados es mejor no molestarlas. Cualquier pequeño fallo, cualquier momento de estrés, pueden hacer que dejen de producir leche o lo que es aún peor, que abandonen a sus retoños. Ay! su retoño. Imagina lo grande que estará ya. Todavía tendrá las manchas blancas en su pelaje que indican su juventud, pero pronto alcanzará su madurez sexual y pasará a ser un rival más.

Absorto en estos pensamientos continúa su caminata y no percibe el cambio de sustrato bajo sus pezuñas, hasta que un pinchazo de dolor le sube por toda la pata. Una piedra suelta se le ha clavado entre los dedos. Seguramente a alguno de los camiones que circulan por esta pequeña carretera de montaña se le ha caído y como duele!! No deja de mirarse la pezuña, pero parece que ha habido suerte, no hay sangre, así evitará infecciones.

De repente cae en la cuenta, la piedra...la carretera...¡Está en medio del camino! Nunca un corzo debe permitirse el lujo de quedarse parado allí. Un coche se acerca!! El sol todavía no ha penetrado en lo profundo del bosque así que probablemente no le vea bien. Está paralizado por el miedo. Las luces se acercan cada vez más y de pronto, un pitido le saca de su estado de bloqueo. se oye el estridente ruido que hacen las ruedas al derrapar. ¡Le va a atropellar!

En el último instante de un salto y cae desplomado en la cuneta del esfuerzo y del dolor, la piedra aún no se ha soltado, mas bien al contrario, se ha clavado aún más. Justo en el mismo lugar en el que se encontraba hace un segundo el coche, por fin, se detiene. De él baja un hombre que se acerca. Intenta levantarse ya que ha oído historias aterradoras sobre estos animales. Tienen unos artilugios que matan a distancia, ponen lazos en el monte de los que es imposible escapar, incluso usan venenos y todo para luego colgar sus cabezas en la pared de sus casas.

El miedo se apodera de él con más fuerza que antes, pero lo que no sabe es que el hombre tiene el mismo recelo. A pasitos cortos llega hasta su posición y tratando de zafarse se revuelve contra él, pero otro restallido de dolor le deja inmóvil y se da por vencido, está a merced del humano. Éste parece haberse dado cuenta de su victoria y se muestra más confiado. Le acaricia el lomo y la nuca. El corzo no entiende nada, está aturdido por el dolor y se le escapa un gemido. Recoge la pata como un acto reflejo de protección y el humano se percata de que le pasa algo. Observa con cuidado la pezuña y le extrae la piedra con delicadeza, la sangre brota lentamente, es una herida pequeña, pero el alivio es enorme.

Se miran durante unos segundos, el tiempo parece pararse, pero el humano da una palmada muy sonora que le saca de su asombro. De un salto se aleja notablemente y con el segundo ya le pierde de vista por completo. Imagina a aquel tipo subiéndose a su coche y piensa que después de todo, aquellos extraños animales no son tan malos. Lo que él no sabe es que aquel ser humano espera que no vuelva a encontrarse con ninguno más de su propia especie en toda su vida.

Hoy me apetece esta:
http://www.youtube.com/watch?v=umWCU0ttj_I&feature=channel

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